Mágica interpretación en directo (Toledo, 2008, con instrumentos originales y contratenor) de una breve y maravillosa obra maestra del tantas veces maestro y maravilloso Monteverdi: "Tan dulce es el tormento...".
Todo texto, de cualquier arte, precisa una trabazón de elementos difíciles de concordar. Esa concordia solo unos pocos la han conseguido a lo largo de la Historia. De modo que -salvo los euforistas- pocos lectores responsables lanzarán las campanas al vuelo enumerando innumerables obras maestras, aunque el esfuerzo de tantos autores lo merezca.
La obra maestra es una ecuación que suma en sus factores la tradición y compendia el saber anterior catapultándolo al mañana, para lo cual precisa eliminar lo efímero y sentenciar lo imprescindible.
¿Cuántas de esas obras existen? El número depende de las exigencias de quienes eligen. Probablemente para Miguel Ángel, Monteverdi o Petrarca no había más de un centenar, lo cual les llevaba a exigirse mucho más que cualquier autorzuelo y, por ello, a crear verdaderas obras insuperables. Pero aquel que cree que hay millares de perfecciones en pintura, música, literatura... también cree que puede igualar fácilmente con sus obrillas las que, siendo mediocres, considera grandes logros.
Y así, reunidos en cónclave de necios integrales, es como la muchedumbre de engreídos seudocreadores esparce por el mundo su basura e impide ver -o retrasa su visión- el alto esfuerzo y la conquista artística del auténtico artista, que tiene que esperar a que desaparezcan los intereses creados. Ya lo decía Stendhal: "Escribo para dentro de cien años".
Y así, reunidos en cónclave de necios integrales, es como la muchedumbre de engreídos seudocreadores esparce por el mundo su basura e impide ver -o retrasa su visión- el alto esfuerzo y la conquista artística del auténtico artista, que tiene que esperar a que desaparezcan los intereses creados. Ya lo decía Stendhal: "Escribo para dentro de cien años".
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