La Novena, Adagio
Ama el hombre la música porque la sangre es ritmo. Todo en él es galope pausado o trote rápido. Su cuerpo es el primer instrumento que pulsa: las manos y los pies danzan, el corazón cabalga.
Convirtió su voz en el primer violín de la naturaleza, y luego hizo que las piedras y otros objetos sonaran como tambores: y descubrió la orquesta con sus manipulaciones de homo faber.
Un concierto es un congreso de sonidos armonizados por la mente. No es extraño que la música sea el libro que más lectores, y más versiones de su lectura, tiene: cada interpretación es diferente aunque emane de la misma partitura, y no solo para cada director, que traduce su tempo y su materia, sino para cada oyente, que lo acomoda a su sentir más íntimo. Por eso hay tantas Opus 125 de Beethoven -por ejemplo- como discos en directo o de laboratorio y amantes de escuchar cualquier versión.
Esa capacidad de sugerir cualquier estado de ánimo, similar pero distinto por personalizado, es lo que hace de la música el más completo y puro "Arte abstracto". Obsérvese, si no, cómo el adagio que ahora está sonando sumerge al oyente en las galaxias aunque cada uno trepe a una distinta estrella. Como dice el poema, "cómo te transfigura en ese otro / que has querido ser siempre".
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