Suele decirse que la vida es muy complicada. No es verdad. La vida es muy sencilla: basta con satisfacer nuestras necesidades. Lo malo es cuando pretendemos satisfacer también la necesidad de cumplir nuestros privilegios, nuestros sueños, sin esforzarnos por realizarlos y, por lo tanto, sin que los merezcamos.
Y, además, llega el otro -los otros-, que anhela lo mismo y de la misma manera; y queremos que ese otro nos acepte, nos diga que somos un dechado de virtudes. Pero lo que dice es que no es así, que somos nosotros quienes tenemos que decirle que el maravilloso es él. Esa confrontación es la que hace que la vida se complique. Supongo que aquí es donde encaja la afirmación de Sartre: "el infierno es el otro". Pero el infierno está dentro de nosotros, y necesitamos aplacar su fuego con la aceptación de los demás: entonces es cuando, porque dicen querernos, nos calmamos y nos llega la dicha. Si no es así, casi todos nos sentimos desdichados.
Y aquí es donde llega Facebook y nos miente como un falso testigo de nuestros deseos y sinesfuerzos. "Tengo un millón de amigos en Facebook, qué grande y feliz soy", oigo decir. Claro: con lo fácil que es la convivencia virtual, que no precisa soportar la realidad cotidiana. Como cantaba el bolero: "Miénteme más, que me hace tu maldad feliz". De ahí la frase más célebre del visionario Platón: "No existes si no existes en Facebook". (Después er cojito de Descartes la repetiría así: "Interneteas, luego existes").
Pero pruebe el lector a conectar con su pareja, su hijo, sus amigos de carne, hueso y realidad solo cuando le viene en gana y no cuando también a ellos les apetece.
Si después de unos días sigue junto a los tales, escríbanse la receta y el milagro.
Si después de unos días sigue junto a los tales, escríbanse la receta y el milagro.