Mahler: Sinfonía Resurrección
Mueren los hombres, pero no sus obras. Sobre todo si son hijas del pensamiento sensible y tallado noblemente: las obras del filósofo, el historiador, el artista.
Los únicos hombres que no mueren son aquellos que se han convertido armoniosamente en libros, cuadros, músicas: todo lector, espectador y oyente los resucita cada vez que acude a ellos para enriquecer su vida con la experiencia sabia de quien pulió la existencia con su palabra, pincel o pentagrama.
Cuanto más humano es un hombre más siente tener que dejar de serlo porque la muerte rubrica su transitoriedad.
En cambio, cuanto más humano es un libro -un cuadro, una partitura- más siglos vive, más impide que la muerte le arrebate su deseo de eternidad.
Nada puede la muerte contra el arte.