Tal vez haya otros tan desconocedores como yo del mundo cotidiano: vivir al margen, como en una isla, recorriendo solo el propio continente interior en un monólogo constante. Y no por egoísmo, sino por haber precisado toda la atención para luchar contra los propios monstruos.
Así, ajeno a todo lo exterior y sin tener conciencia de mi ajenidad y ensimismamiento; así, yo que venía de la libertad encarcelada de quien se aísla para encontrar sosiego, que llegaba de la armonía del Siglo de Oro y la Música, encontrarme de pronto con un libro que habla de una sociedad en la que quien más libre quiere ser se convierte en el mayor esclavo. Así llegué yo a la novela 1984, de George Orwell. Y comprendí entonces la maldad: no del infierno, sino de quienes rigen los poderosos cielos de la tierra.
Desolación sería una de las primeras palabras para calificar esta distopía orweliana, terrible visión de un mundo prefigurado humorísticamente en Rebelión en la granja.
1984 es la manipulación del hombre mediante la tergiversación de la memoria al cambiar constantemente la realidad que testifica la escritura, el libro, el documento histórico. Es la invención de la guerra para controlar el exceso de productividad, crear un enemigo al que odiar y un amigo al que confiar la propia salvación. Es la tortura síquica. Y la destrucción del amor en un mundo en el que está prohibido amar. Y la robotización. Y constatar que el ser humano puede ser el más inhumano de los animales. La supresión del lenguaje como vehículo para el conocimiento. La castración de la voluntad.
Imprescindible para conocer al enemigo social.
Imprescindible para conocer al enemigo social.
Aquí, un fragmento de la 2ª versión para el cine:
Y la película:
Una de las grandes distopías.
La selección del recuerdo histórico.
Si somos lo que recordamos ser... somos consecuencia de una masacre síquica.