Haydn: La creación
Igual que te construyo beso a beso
y siembro rosas frescas en tu carne,
yo derramo mi linfa por tu cuerpo
y la recojo y llevo hasta el poema.
Allí los manantiales de la dicha
desembocan en himnos y elegías
como mágica transustanciación.
Quiero decir, Amada,
que cuanto escribo nace de tu amor
y eres tú quien ordena mis palabras
y las convierte en versos.
Yo quisiera que fueran inmortales
y dieran fe de ti siglo tras siglo
como diamantes de la eternidad.
Por eso pulimento su sentir:
para que fuljan como las estrellas.
Pero soy solo un hombre.
No me culpes si mueren mis palabras;
pues siendo rosas, ¿no han de marchitarse?