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martes, 12 de marzo de 2013

El abrazo entre plumas

Gerswin remozado: Summertime

Había brincado ya los 700 meses de su vida (desde niño, él contaba por meses: quería ser Matusalén). Le preocupaba tanto la muerte que contaba los días que vivía, aunque en vez de disfrutar cada uno, por si era el último, lo sufría por ese motivo. 

A pesar de esa presencia tanatoria, que inundaba su vida de un   agonismo melancólico, todo cuanto hacía estaba regido por la pulsión erótica, y la mujer, como posible encarnación del amor y probable relajación de la lujuria, era una constante en su existencia. 

Dueño de un monolito sexual terco en su líbido, sano y proclive a la sonrisa, aun a pesar de una oscura mirada a la existencia, había instalado en su cerebro sentidor y racionalista el escepticismo como única fe. Y era la pluma el único ser con el que dialogaba, siempre en conversación sobre el otro que era él mismo: a ver si entre ambos conseguían conocerlo; empresa destinada al fracaso puesto que quien no es uno para sí mismo suele ser muchos para los demás.

Entró Dori en su vida por azar de la pluma: de pronto se sintieron unidos porque un extraño editor quiso saber qué novela resultaría de la simbiosis de un autor y una autora interfiriéndose en su relato o complicitándose en él... o lo que fuera.

Ninguno de los dos escribía para los demás, sino para sí mismo. No obstante, aceptaron como un juego. Y así fue como se inició el duelo de plumas -"ahora sigue tú", "ahora sigo yo"-, hasta que consideraron oportuno encontrarse para urdimbrar los libertinos fragmentos o participaciones. Tanto él como ella, que brincaba los 500 meses por la misma matusalénica cuestión,  empezaron chocando las espadas soberbiosamente y acabaron mojando en la misma tinta. 

Y tanto se emborronaron el uno al otro que nadie distinguió, cuando salió el bestseller, qué líneas eran hijas de la cópula de ambos y cuáles de su castidad: con tan hábil gramática, sintaxis y semántica habían llevado a cabo su secreta fusión.