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lunes, 31 de marzo de 2025

Acensión al amor


Albinoni - L. Fabian: Adagio

La doncella incendiada

La noche en nuestra piel provoca lumbres,
suspiros, y seísmos, y agonías
que se convierten en resurrecciones
en ese otro universo que llaman misticismo.
Entre aquelarres de divinidades
nuestros cuerpos florecen amapolas
y légamos de dioses que antes fueron presagios
de dulces sortilegios misteriosos.
No hay laberintos falsos ni cónclaves oscuros,
atavismos espurios o ludibrios errantes,
sino voces calladas por los fuegos 
de inquisiciones turbias y héroes de los infiernos.
La noche en nuestra piel frunce oleajes
y nos convierte en astros de un cosmos interior.
El firmamento es un océano errante
y las estrellas son azules cánticos.
Si me acerco a tu cuerpo toco a Dios
y a través de la carne llego al alma.
La luz es la alba cueva en la que entramos.
Una suave columna, como una estalactita
de diamante, destila ámbar y amor
sobre mi corazón alzado hasta mis pechos
coronados de arándanos rusientes, 
y sorbes su elixir mientras mis labios 
estallan en un beso que es un grito
cuando tu estalactita azumbra (*) en mi
garganta.

(*) En otros internescritos,  estalla

domingo, 30 de marzo de 2025

Deseos Humanos Cine Negro Glenn Ford & Fritz Lang 1954 Dual

Alrededor de un crimen


Romero de Torres: Salomé

R. Strauss / Ewing: Salomé: Danza de los siete Velos.
Roberto Ferri: Salomé
Romero de Torres: Salomé
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Richard Strauss: Salomé

   
           Salomé               

                  Embridada por siete cinturones
                  de castidad que oprimen su lujuria,
                  aprende Salomé a danzar, dejando 
                  entre melismas y arabescos parte 
                  del lascivo furor que la acomete.
                  Su cuerpo de pantera fulge y rasga 
                  el aire. Quien la mira arde en deseos 
                  de ser mordido por tan fiera furia.
                  Pero la danzarina alada quiere
                  abrevar su pasión en el Bautista, 
                  virgen e inmaculado como ella. 
                  Y junto al calabozo baila, brinca 
                  tan alígera y mágica que el hierro 
                  de su obligada honestidad se funde 
                  en siete velos que va desnudándose 
                  mientras el fuego crece entre sus muslos
                  y en los ojos ardientes. Turba el alma 
                  con su cuerpo turbado. Van cayendo 
                  las sedas y enervándose la carne 
                  pletórica de vida. Ya desnuda, 
                  y en la coital vorágine estruendosa, 
                  devora el cuerpo del cautivo, sorbe 
                  su semilla, extasía su esplendor.


sábado, 29 de marzo de 2025

Movimientos con música: Salomé


Aida Gómez: Salomé

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Movimientos con música


Bernini: Ilustración del orgasmo


Bernini: Teresa de Jesús

Mulier in love

Como si el alba abriese su pecho y de él brotaran
palomas encendidas que nublasen el cielo,
sentí mi corazón tremular mis entrañas
y hundirse en él la lanza de un gigante de oro,
verdugo de mi carne y amante de mi espíritu.
El dolor y el amor fueron entrelazándose,
y la pasión serena abrió un bosque de gozos
soñados siempre y nunca conseguidos. El pálpito,
como un caos naciente, abrió un nuevo universo
íntimo e infinito. Los colores, las músicas,
los mares de la sangre y los glóbulos del alma
estallaban gimiendo madrigales, cantando
júbilos y motetes que desgranaban luz
y pusieron mis ojos ante un rostro de bruma
cenital e invisible que era todos los rostros
y todos los enigmas. Se comprimió el espacio
en un solo latido, y el tiempo abrió su forma
en una sola imagen. Fulminada, caí
en un prado solemne donde causas y efectos,
sin orden sucesivo, abrazaban las aves,
las estrellas, el polen, y los sentidos eran
un magma entretejido de orden y confusión,
de plenitud y abismo. La estancia ardió de pronto
y era el mundo un bajel ubicuo y constelado
naufragando en la isla donde la muerte es vida
y todo se desvela como si nunca hubiese
existido el misterio.

Böcklin: La isla de los muertos

Kokoschka: La novia del viento

Eduardo Lastres: La puerta del milenio

viernes, 28 de marzo de 2025

Antonio Gracia - (DEVASTACIONES, SUEÑOS. Libro completo)- Manuela García - Legado -




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Legado

Pienso en ti.
El mundo yace en calma.
La noche brilla oscura
sobre el dolor del hombre.
Aroma los recuerdos el jazmín
y la memoria dicta
la soledad de haber vivido mucho.
Lanzo palabras como redes densas
para apresar la vida.
¡En esta noche hermosa y milenaria
hay tantos escribiendo y esperando
ojos como los tuyos que comprendan
cuanto le confiaron a su pluma!
Tal vez ellos se busquen en mis versos
igual que yo me he hallado en los de otros.
Un día moriré,
y quedaré tan solo en tu mirada,
única luz donde logré escribir
mi nombre verdadero.
Mas también tú te irás.
Y toda esta tristeza y este esfuerzo
serán un sueño repetido y roto.



jueves, 27 de marzo de 2025

El abrazo iniciático.


Schumann / Arrau: Escenas infantiles

Yo tendría diez años: debía de estar en primer curso de aquel bachillerato en el que aún se aprendía porque los profesores todavía enseñaban: la disciplina educativa era considerada una virtud y no sonaba, como algunos oyen hoy, a dictadura. Estudiar al hombre troncal, que ha de ramificarse, ayuda a comprender su corazón y el mundo en el que vive. Después hemos ganado en libertades que, por mal asimiladas, han enseñado sobre todo impunidad, libertinajes.

Pero, como digo, yo tendría diez años y me refugiaba de mi dolor infantil o adolescente en los juegos, sobre todo prohibidos y por eso más deseados: porque pocas cosas atraen más que los misterios.

Yo era triste cuando estaba solo -quiero decir: conmigo mismo-, y divertido cuando, en grupo, me olvidaba de mi timidez. 

Ahora bien: yo solo pensaba en mi infantil vecina, con su sonrisa grande y su ágil compañía cotidiana. 

A veces yo sacaba mis útiles de indio de película -o mi espada de sórdido cruzado- y la sujetaba a un poste alrededor del cual yo danzaba -o blandía mis dagas como iconos prefálicos- y la sometía a inefables torturas, tan incruentas como mis sentimientos.

No sé -no sabía yo- qué me empujaba a ella: pero necesitaba apretujarla, desollar suavemente su carne transparente: hasta que, convertido de pronto en hábil salvador, recibía el abrazo de haberla liberado. 

Dulces juegos aquellos de lujuria incipiente, de amorosa indolencia, de Peter Pan con las alas de Ícaro.

Un año, a los doce o los trece, casi pierdo el curso porque hube de guardar reposo por no sé qué fiebres que asediaban mi corazón con amenazas. Y María me acompañaba en mis lecturas del Capitán Trueno, Supermán e incluso un caballero errante en busca de unos amores dulcineicos y sin mancha. Empecé a preguntarme por qué todos se iban siempre al cine cuando en los libros se veían las mejores películas. Y además, estaba María: presentemente allí. (A veces he pensado que su nombre  secreto debía de ser Oniria).

Un domingo, tumbados, como solíamos hacer, sobre la cama, pasando hoja tras hoja -¡Qué música tan clara la del pasar las hojas!- la miré, y la miré de nuevo, como si yo surgiese de algún cuento o el cuento al que yo entraba fuese ella. Observé que su pecho había crecido, denso, sobre su delgadez idílica, y que sus ojos eran como un hermoso libro que quería leer y releer. Me incliné sobre ella, que, expectante, asustada y princesa, se dejaba vencer por el hechizo.

No guardo otro recuerdo más parecido al cielo.

¿Dónde estará María, onírica y tremante bajo sus blandos párpados?
¿Y qué ha sido de aquel que la besó?

miércoles, 26 de marzo de 2025

Para que el amor perdure.


Clara Wieck: Variaciones sobre un tema de R. Schumann

Cartas a ..:

No creas que el enamoramiento tiene que ver con el amor; todo lo contrario. Nada cuesta enamorarse: el enamoramiento es una "actividad" pasiva, una fascinación. No todos saben convertir ese espejismo en amor. Amar es una actividad voluntariosa. Y solo cuando dejas de gozar el enamoramiento estás en condiciones de amar. Enamorarse es inventar al otro; amar, reconocerlo como ser real y digno.

Demuéstrale tu amor, pero díselo también. En el amor, la palabra es la mejor caricia.

La mejor arma del que ama es hacer ver que la dicha del otro es causa de la propia.

Confía en que cuanto te dice es para tu bien, como lo que le dices es para el suyo.

Dale todo cuanto esperas que te dé y serás el más rico de los dos.

Procura una satisfacción recíproca.

Si te esfuerzas en hacer feliz el instante, el tiempo parecerá solo un instante.

Si quieres que te comprenda, empieza por comprender.

Si aconsejas más de dos veces para mejorar cualquier virtud, la tercera convertirá la virtud en un defecto y a ti en un criticón.

Tiende puentes para acercarte y para que el otro pase; pero no te excedas porque se entenderán tus puentes como acosos.

Primero debes saber exactamente qué es lo que quieres, y luego qué estás dispuesto a hacer para conseguirlo.

Todas las historias de amor empiezan y terminan. Lo importante es que no las mate uno de los dos.

Por muy importante o urgente que sea algo, la prisa por resolverlo transformará la conversación en disputa.

Todos tenemos un espacio interior -y a veces físico- incompartible. Respétalo.

Sé tolerante o estarás predicando que no te toleren.

Si destruís algo hoy, reconstruidlo antes de que anochezca.

Es falso que no se pueda convivir hasta la muerte. Lo que es cierto es que nadie puede vivir con otro si antes no ha aprendido a vivir consigo mismo.

Antes de decidir algo definitivo piensa que el único viaje que importa es el viaje interior: allí es donde te estás esperando cada día. Y no es bueno hacerlo siempre en soledad.
Leer

El amor es un pájaro enjaulado (1)



lunes, 24 de marzo de 2025

El legado de Miguel Hernández.

Elegía
                     
          Son muchos los que enturbian la existencia por no mostrar a sus héroes como lo que fueron: hombres que se superaron a sí mismos. Se escandalizan si alguien señala en ellos las debilidades propias de todo ser humano, en vez de respetarlos más puesto que supieron elevarse por encima de las limitaciones de los mortales. No es degradar, sino cualificar, el hacer ver que lograron convertir sus “defectos” en virtudes. Pues, con frecuencia, la grandeza perdurable de un hombre nace de la miseria de su cotidianidad, afrontada como un reto.
         Por ejemplo: la obra de Poe no existiría sin su alcoholismo (su lucha por librarse de él); ni la pintura de Modigliani sería como es sin su huida del “pernot”; ni la música de Tchaikoski languidecería sin su solitaria y clandestina homosexualidad. La soberbia ha creado las obras de Wagner y Gauguin. Las drogas engendraron la narrativa de StevensonLord Byron y Oscar Wilde perviven porque vivieron una vida licenciosa que supieron trascender. Ni la Alicia de Carroll ni los cuentos de Andersen existirían sin la paidofilia que padecieron sus autores. Los inmensos poemas amorosos de Quevedo tampoco existirían de no haber sido un misógino. Debajo o por encima de esas causas había una mente voluntariosa vencedora de los vicios y miserias de quienes las sufrían: de quienes las vencían. Pagaron un precio y es justo reconocer que lo que consiguieron fue consecuencia del empeño de sus vidas, signadas por la lucha contra los propios fantasmas. La belleza -la grandeza- solo adquiere su verdadera dimensión si se conoce la fealdad -la pequeñez- desde la que se consigue.  
           En escala menor, eso ocurre con Miguel Hernández. ¿Empañan sus errores sus aciertos? Si un lector admira sus más bellos y sinceros poemas, los escritos al final de su vida, libres de “literatura” y engreimiento, tiernos y humanos, ascetas y serenos, debe saber que esa encarnadura de un ser en su palabra viene de la conquista que un hombre hizo de sí mismo. 
         Deseoso de gloria, y vanidoso, era el joven Miguel, maldecidor y pedigüeño. Despechado por el escaso eco de su Perito en lunas, escribe a Juan Sansano: "En Alicante se han quedado respecto a la poesía en Campoamor. Comprendo que no hayan comprendido mi libro y no vean su valor" (marzo, 1933). Y a García Lorca: "Usted sabe que en este libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro de formas resucitadas, renovadas, y encierra en sus entrañas más personalidad, más valentía, más cojones, que todos los de casi todos los poetas consagrados" (10-IV-33). Y como Lorca lo recriminase, vuelve a escribirle: “¿Que no sea vanidoso de mi obra? No es vanidad, amigo Federico: es orgullo malherido" (30-V-33). Y en otra ocasión: "Estoy acabando mi segundo libro para enviarlo en octubre al Concurso Nacional... Me parece que como no haya comida de negros, será para mi ambición el premio destinado por el Estado al mejor libro lírico" (29-VIII-33).
        Más grave es que, cuando cambia de actitud vital y poética, no sienta escrúpulos en menoscabar a sus viejos amigos con tal de ser tenido en cuenta: Ha pasado algún tiempo desde la publicación de esta obra (el auto sacramental), y ni pienso ni siento muchas cosas de las que digo allí, ni tengo nada que ver con la política católica y dañina de “Cruz y Raya”, ni mucho menos con la exacerbada y triste revista de nuestro amigo Sijé... Estoy harto y arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios y de la tontería católica... Sé de una vez que a la canción no se le puede poner trabas de ninguna clase (julio, 1935). Obsérvese -nacida de una deslealtad- una premonición de lo que sería su última poesía: "a la canción no se le pueden poner trabas". Ni “compromisos”, “religiosismos” o “literaturismos”: solo autenticidad. Pero resalto esta “traición” a su “amigo del alma”, Sijé, porque de tal pecado nació la penitencia: probablemente fue el sentimiento de culpa el que escribió la “Elegía”, tan admirada por quienes santifican sin saber que la “santidad” tiene su precio.
          Como he dicho, la nobleza de la obra de un hombre nace, a menudo, de la fragilidad de su vida. Esto es lo digno de ser tomado como ejemplo. Pero no se imita a los dioses -demasiado perfectos para ser imitados-, sino a los hombres que se comportan como ellos. Por eso hay que subrayar que el verdadero Hernández es aquel que triunfó sobre sus circunstancias, el que se esforzaba, leyendo, para saber cada vez más de lo que sabía. Este es su legado para las aulas y para la vida-. El auténtico Hernández no es el de los artificios de Perito en lunas, ni el del sexo reprimido como amor literario en El rayo que no cesa; tampoco el versificador bajo consignas políticas. El admirable Hernández es el que se liberó de las dictaduras síquicas y dejó de posar de culto, de poeta, de guerrillero, para representarse solo a sí mismo como hombre que únicamente poseía las “ausencias” del hijo, de la esposa, de la libertad física; el que en su espíritu inició la transfiguración de la materia; el juglar del dolor y el reconstructor de la esperanza: porque el corazón siempre es más grande que cualquier filosofía.