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martes, 6 de julio de 2021

Toñi Lozano lee ... Doña Inés...

 


¿Es el donjuán un mujeriego o son algunas mujeres unas donjuaneras? 
        No hay en la naturaleza animal -y el ser humano es uno de estos- un impulso más feroz que el del erotismo, porque constituye el rechazo del dolor y la muerte: el instinto de supervivencia. El placer sexual solo es la zanahoria con la que el erotismo nos atrae para que cumplamos su misión. 
        Desde hace milenios la función dictatorial del hombre se ha fundamentado en que él era quien -desafiando fieras y glaciares- cazaba para alimentar al niño y la mujer, quienes le rendían pleitesía. Hoy ya no es enteramente así. Y no porque según Sor Juana, en unos versos más resentidos con la mitad de la humanidad -la de los hombres- que igualitaristas, escribiese aquello de "hombres necios que acusáis / a la mujer...", sino porque la otra media humanidad -la de las mujeres- ha ejercido sus derechos igualitarios, a veces, tan ridículamente como los exige el hombre, dividiendo a féminas y varones, todos, antes y ahora, en vez de unirlos, estableciendo una disputa más que una conversación, cosa que ocurre -salvo excepciones- en todos los ámbitos de esta sociedad de la inconvivencia. 
        El siguiente texto revisa el tenorismo machista, y trata de colocarlo en su sitio, que debiera ser ninguno; pero, en todo caso, señalando su presunción de naderías, engreimientos y fósiles del intrépido Zeus.

Doña Inés se despierta del hechizo


Dices que has conquistado a cien mujeres

y que me quieres más que a todas ellas.

Te jactas de gozar de cien victorias

olvidando que implican cien derrotas

de cuantas te lloraron al marcharte.

Me susurras tu hazaña como un mérito

definitivo para conquistarme.

Pero dime: ¿de qué te enorgulleces?

¿No será que buscaste otros amores

porque no conseguiste retener 

ninguno de los muchos que presumes?

¿Burlabas damas o eras tú el burlado?

¿Decepcionaste o te decepcionaron?

¿Dejaste alguna lágrima en sus ojos

o quizá fuiste tú quien las lloró?

¿No estarás pregonando tus fracasos?

En fin: después de tantos amoríos

me susurras tu hazaña como un mérito

definitivo para conquistarme.

¿Y de verdad esperas que te ame?

¿Cómo aspiras a enamorarme si 

solo inconstancia y necedad me ofreces?


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