¿Es el donjuán un mujeriego o son algunas mujeres unas donjuaneras?
No hay en la naturaleza animal -y el ser humano es uno de estos- un impulso más feroz que el del erotismo, porque constituye el rechazo del dolor y la muerte: el instinto de supervivencia. El placer sexual solo es la zanahoria con la que el erotismo nos atrae para que cumplamos su misión.
Desde hace milenios la función dictatorial del hombre se ha fundamentado en que él era quien -desafiando fieras y glaciares- cazaba para alimentar al niño y la mujer, quienes le rendían pleitesía. Hoy ya no es enteramente así. Y no porque según Sor Juana, en unos versos más resentidos con la mitad de la humanidad -la de los hombres- que igualitaristas, escribiese aquello de "hombres necios que acusáis / a la mujer...", sino porque la otra media humanidad -la de las mujeres- ha ejercido sus derechos igualitarios, a veces, tan ridículamente como los exige el hombre, dividiendo a féminas y varones, todos, antes y ahora, en vez de unirlos, estableciendo una disputa más que una conversación, cosa que ocurre -salvo excepciones- en todos los ámbitos de esta sociedad de la inconvivencia.
El siguiente texto revisa el tenorismo machista, y trata de colocarlo en su sitio, que debiera ser ninguno; pero, en todo caso, señalando su presunción de naderías, engreimientos y fósiles del intrépido Zeus.
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