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lunes, 29 de julio de 2024

Historial

Historial

1
Si seré o no seré el protagonista
de esta historia no lo sabré decir;
sí soy el ser sufriente que la escribe
más con el corazón que con la pluma,
pues nunca premedito mis palabras,
sino que me descubro al escribirlas
para ponerle nombre exacto y lúcido
al laberinto de mi identidad.
Tengo los mismos años que la vida
y me acerco a cumplir los de la muerte:
algo aprendí del viaje de la edad.
2
Nací un mal día en que tomé conciencia
de que estar vivo es elegirlo todo
menos cuanto a la misma vida atañe:
porque nuestro albedrío se limita
a aceptar que eligieron que muriésemos,
y toda muerte es negación de vida.
Así que puede un rayo
desjarretar mi pluma o mi existencia
en el instante menos predecible.
3
Recorro mi memoria y busco hechos
que justifiquen mi presencia
en esta sucesión de escalofríos
que es el hombre, que ensalcen su historial
y borren el sabor de gran fracaso
que siento cuando miro el horizonte
del contumaz pasado y el inhóspito
futuro. Alzo la bruma
que empaña los paisajes. Veo un ser
luchando contra el páramo y a veces
ensimismado, como si mirase
hacia adentro de sí y hallase un resplandor
inesperado y transfigurativo
de la carne en espíritu.
Al ponerse de pie
aquel ser liberó la mano, que antes
sujetaba sus presas, liberando
a su vez las mandíbulas, que
se redujeron y dejaron paso
a los huesos craneales, expandiéndose
el cerebro y con él la inteligencia.
Lo contemplo
huir de fieras
y guarecerse en grutas; veo
cómo la inteligencia, tras millones
de milenios y extraños sortilegios,
traza rupestres sombras, une causas
y consecuencias, crea silogismos,
aprende que el destino se llama voluntad
o que existe un Artífice Supremo
devanador del Todo.
4
Extrañas las criaturas
que algún principio mágico —o un dios—
hizo brotar como árboles frutales.
Algunas se reunieron.
Al sumar las victorias y derrotas
nació la observación de la experiencia;
y el saber resultante acumuló
devastaciones, sueños:
la construcción y la reconstrucción
de un diario en el que la Humanidad,
como en un gran espejo, contemplaba
su pasado y futuro
y los fragmentos de su identidad
para aprender que el mundo es imperfecto,
pero perfeccionable;
de tal modo que aquella voluntad
demiúrgica aprendió
a evitar el dolor y dar amor
aspirando a hallar himno en la elegía.
Esa debiera ser
la epopeya interior:
no imponer la alegría por decreto,
pero sí proponer como divisa
que
siempre
nos convertimos en lo que anhelamos
o tememos.
Y forjar con el carpe diem íntimo
un sueño realizable.
5
Todo se sucedió rápidamente.
No es más sabio quien tiene más respuestas,
sino aquel que concibe más preguntas
buscadoras de la última verdad.
«¿Por qué debo morir? ¿Tiene la muerte
poder sobre el instinto
de la supervivencia, que conlleva
una vida inmortal?».
Dejad paso al futuro, propusieron.
Un rayo prendió un árbol. Su destello,
como un sócrates de la inteligencia,
enseñó a combatir las glaciaciones
y a dar luz a la noche.
También el pensamiento vio la luz
y consteló la carne, los metales,
el prometeico viaje del progreso
en el que el mal y el bien se disputaban
egoísmos y solidaridades.
Pirámides y templos, columnas, ruedas, bronces,
océanos vencidos por las naves,
plumas talladas para la memoria,
bibliotecas, sixtinas, sinfonías
alzaron la estatura de la mente
hasta los cielos, más allá del cosmos.
Desde las atalayas que forman las estrellas
llegó la conclusión definitiva:
uno a uno la muerte mata al hombre.
Esa es la derrota; y es esta la victoria:
nada puede la muerte
contra la Humanidad.
El único sentido que tiene la existencia
es el de consolar la vida de los otros.



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