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jueves, 11 de julio de 2024

Juana Rosa Pita: Siembra de luz.


Juana Rosa Pita
Siembra de luz. El Zunzún viajero.
Boston, 2024

Juana Rosa Pita es una reconocida autora de origen cubano y de vida y obra odiseica por diversos continentes. Su escritura poética es hija de la meditación serena y está regida por una espiritualidad vasalla del jesucristismo y sus mitologías. La pintura, el esbozo haikusista o sentencioso y la música constituyen los arquitrabes de sus poemas, construidos desde un amor al ritmo eneasilábico y oncesílabo, y al catorceversismo oriundo del soneto; aunque a veces parezca no importarle el flujo rítmico. Tal vez, Graciela Tomassini dixit, "tiene tantas melodías como su poliédrica composición permite".

    Los dioses y santones culturales pueblan su mundo, el que conforma y enclaustra su personalidad: Masaccio, Botticelli, Leonardo, Dante, Francesca, Beatriz, Hilaria del Carretto, Van Gogh, Borges, Venecia, Vivaldi, Schumann, Chopin, Ungaretti, La Virgen, Cristo, Dios ... incluso percibo una cita alterada -o un homenaje- de Leopardi, en el poema "Nudo" del libro que aquí traigo. No la convierte eso en una culturalista sino en hija del arte, una escuchadora del fluir íntimo del mundo.

    Acaba de publicar Siembra de luz en El zunzún viajero, en Boston, colección amanecedora de varios títulos suyos y ajenos que pudiéramos calificar de marginales o huidizos de la dicción establecida. Por lo pronto tiene el mérito de ser distinta en un mundo que se obstina en ser clónico. A veces es la inmersión en una cultura plena de crótalos y ángeles la que encierra -o se obstina en ser- la bitácora que marca el rumbo.

La obra imprescindible es la que puede prescindir de sus circunstancias y permanecer vigente. Todos buscamos esa imprescindibilidad. Juana Rosa Pita se sitúa al otro lado de la sensibilidad común, esa sin nombre que algunos llaman  misticismo y se detiene en un vigor ascético, como una selva selvaggia e aspra, e forte, difícilmente expresable, inefable. Y condenada a serlo. Su verbo habla de un mundo cuya tinta es bruma y cuya pluma es un imán que intuye ciegamente la vorágine del misterio. 

    De las tres partes en las que se divide el libro, hacia la mitad declara en dos versos el empujón emocional que la derriba hacia su corazón y su poética: el enamoramiento y estremecimiento religiosos de "los dulces arrojos / que me enloquecerán, tal vez, un día" (p. 46). Tan fuerte es la pánica y jánica invasión de los sentidos que se obstina en sosegar. 

        He aquí dos poemas que ella misma escoge:

Autorretrato anímico

Ser dócil me sucede únicamente

por inspirar confianza que merezco.
Hay tierra colorada en mis sandalias: 

sagitario, la mira en las estrellas.

Para abrir la hermosura 
no necesito llave, aseguró
el cantor de Cifar y del mar dulce,
quien antes de que nadie lo notara

vio que mi vida parecía novela.

Proclive a escrutar la realidad,
aunque eludo inquirir lo que no atañe,
me abrazo a lo que intentan arrancarme
fuera de alcance de mi corazón.
En el caballo, según la Lispector,
me reconozco a veces
cuando la mente agito como crin
plasmando mi naturaleza íntima:
límpida, fiable, libre. 


Verbo de único amor

Hoy le devuelvo agua y sal al mundo
con sabor a alma mía:
evoco el paraíso por la voz.

Guardo a Dios con sus sueños bajo llave
–siete vientos atados a su árbol
de luz y sombra–
y pongo letra y música al misterio:
tan sólo necesito difundir.

                                 *

Nuestro abrazo es un campo
minado de ángeles:
en la parcela rítmica de luz
se incendian las cárceles vecinas
y se traducen mares a destino.
Solo de verme entrar
las palabras padecen de poema:
todavía no sé decir amor.

                              *

Esos que se sobran en amores
yendo de buscadioses por las ramas
y un beso en cada puerta: tristes, tristes…
No comprenden que el infinito
se da sólo en el punto de amor único
liberador de Dios.

Hay un pez dibujado en el desierto
esperando nadar desde hace siglos:
póngase el mar de pie sobre la arena.


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