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viernes, 28 de junio de 2024

José Luis Zerón: Sobre Antonio Gracia en Empireuma, 93


Fragmentos de identidad, antología poética de A. Gracia

LA POéTICA DEL YO COMO SUMISIóN Y REBELDíA

JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET


Después del descenso a los infiernos de su propia mente en La estatura del ansia (1975) y creyendo imposible el regreso, Antonio Gracia escribió su libro "póstumo" Palimpsesto (1980) y, en el silencio cataléptico, en la parálisis implacable , todavía alumbró Los ojos de la metáfora (1987), para enmudecer por un tiempo. Pero para disgusto de necróforos y necrófagos. Antonio ha resucitado y regresa a la vida hteraria en una necesaria y esperada antología de su obra titulada Fragmentos de identidad, publicada en la prestigiosa editorial alicantina "Aguaclara", que dirige Luis Bonmatí. La antología ha sido preparada por el propio autor que, con buen criterio, ha suprimido los poemas de obras primerizas, todavía en germen, y ha dado a conocer lo más representativo de sus tres mejores libros, los que conforman su poética. Además, esta selección incluye otros poemas inéditos o semidesconocidos y su Poética para una poesía sin poetas; 50 astillas para I'ataud (obsesivaria), fundamental para acceder al sustrato de sus versos. Un importante metapoema que fue publicado en la célebre revista Algaria O. que el propio autor dirigió. También hay que destacar el juicioso y académico prólogo de Angel L. Prieto de Paula.

        Antonio Gracia es un maldito, empleando el término tal como lo entendió Verlaine: incomprendido, marginal, no réprobo. Es verdad que es un iconoclasta que concibe y siente la poesía como un mal sagrado, pero el principal rasgo maldito que le caracteriza es su alejamiento de los centros principales de la actividad literaria, su incapacidad para el paripé y el

servilismo, su inteligencia, su penetrante observación psicológica, y, como es natural, un sobrehastio de modas, costumbres, papanatismos y bobos amaneramientos que afectan a los poetas actuales.

        En su momento, Antonio Gracia fue receptivo a la modernidad, recogió algunas influencias de las tendencias dominantes, pero lo pasó todo por el tamiz hipercrítico que anuló los ecos y transformó las voces hasta crear un producto original que a muchos fascinó pero que pocos entendieron. Casi todos sus libros fueron publicados en editoriales marginales o desconocidas, y muchos de sus textos aparecieron en revistas inencontrables y de efímera existencia. Sin embargo A. Gracia es un poeta legendario en la provincia de Alicante y conocido en otros puntos de la península. Mucha gente nunca

ha leído su obra, pero ha ofdo hablar de él.

        Y por otra parte, es justo reconocerlo, A. Gracia revolucionó la poesía alicantina de los años setenta y parte de los ochenta. La mayoría de los poetas vinculados a la provincia, prestigiosos, consagrados, oficiales o como se les quiera calificar, han recibido directa o indirectamente influencias de la poesía de Gracia -por no mencionar a otros poetas alicantinos que han orbitado en tomo a él-. Si a todo lo dicho añadimos que sus epígonos geniales han dejado un buen sembrado de °libros menores, habría que reconocerle a Antonio admiradores y hasta discípulos! Discípulos no

reconocidos la mayoría, eso sí, pero discípulos al fin y al cabo.

        Tal vez a Antonio Gracia no le interese lo que estoy diciendo, como a todo maldito auténtico, no le guste siquiera tener privilegios. Y los renegados, o los que no quieren reconocer el magisterio, mostrarán un desacuerdo feroz; pero estoy en condiciones de poder demostrar lo que pienso, aunque este no es el momento ni hay espacio para ello.

        Es cierto que Antonio Gracia es un ejemplo radical en la poesía de este fin de siglo: un heterodoxo difícil de calificar en los archivos de la crítica; un raro para el que la escritura significa un prodigio terrible. Si bien las situaciones vitales del autor, su discurso amodestructivo, sus imágenes recurrentes, su descoyuntamiento, su convivencia con los monstruos

interiores y el componente erótico-tremendista de sus analogías puede llegar a resultar atractivo y propiciar la mimesis, las imitaciones siempre llegarán atemperadas.

           De los tres libros reunidos La estatura del ansia, el más imperfecto, el más excesivo, el más flogístico, es el que más me gusta -opinión personal y discutible como todas-. Son notorias las obsesiones del autor, se sitúan los cimientos de su poética. Todavía prevalece el discurso y abundan los poemas polimétricos con ritmos armónicos y dinámicos. Por este libro accedemos a una mística ciertamente original en la que se confunde la iconografía cristiana con las imágenes trovare" y blasfemas; la símbología católica y la pagana, como en tantos retablos de los siglos XIV y XV.

        El luciferino Antonio Gracia en los infiernos es una visión apocalíptica de su propio yo. No es el primer poeta que desciende a los infiernos, pero creo que ninguno escribió después de la visita texto tan cruel, sarcástico y luminoso al mismo tiempo. El bien y el mal entrelazados amorosamente: "Dios besando un labio de Satán". "La eyaculación de Dios sobre la Virgen".

Para un cristiano la peor sensación de soledad y abatimiento, de siniestro desamparo, o sea, el infierno absoluto, tal vez sería experimentar este poema. The lady of Ilici, uno de sus mejores y más conocidos poemas, es una extensa letanía melanohi., elegíaca, febrilnal mismo tiempo. En él Antonio Gracia expresa su codicia de lejanías, su nostalgia incontenible, su sed de infinito: "Dama de las tinieblas derrotadas, / súbito ángel de color de otoño (...) "Amamanta mi sed de tu principio) eviScame nostalgias, / arráncame la ira del olvido, / haz crecer mi memoria como un árbol", (...) "Oh qué crucifixión es la impotencia), es la derrota cuando se ama el siempre (...)

En esta obra hay otros poemas que se desvían algo del camino trazado; acusan cierta receptividad do lo que se estaba haciendo por entonces, es el caso de Sharon Tate no pudo amarme. Pero en general el libro es unitario y todos los poemas -los recogidos y los no escogidos- son fragmentos de un mismo discurso. En Estatura del ansia encontramos mística y blasfemia, ímpetu y frustración, anhelos, escepticismo, melancolía y fatalismo.

        Con Palimpsesto Antonio Gracia anuncia su muerte literaria. La estructura es más caótica; algunas imágenes se frivolizan. Antonio reescribe la historia de la literatura, interpone su voz a otras voces, véase Originalidad encadenada, Palimpsesto, Poeme D'un Atare o Expolio: "irguiéndome del fraude del poema/ tejiendo y destejiendo una Penélope / embarazada de la muerte al fin / y en la voraz quimera soy un ansia / de inmoribilidad eutanasiada / o bien como un heráchto estelar lanzado a los telares de Penélope (...)

           En el principio de su Poética para una poesía sin poetas dice el autor: "Escribí un poema solitario y el poema era yo. Tenía rostro de muerte, lectura de cadáver y escritura de vida" (...) En Estatura del ansia ya escribió: "la muerte es una ciénaga infinita". Una ciénaga es un hervidero de vida. En la necrobiosis de la historia hay que entender muchas asociaciones paradójicas de Palimpsesto, donde por otra parte ya es total el discurso fúnebre que le emparenta con Tácito y Marco Aurelio y le remonta a los albores de nuestra era, cuando la muerte era la única identidad. Palimpsesto no hay que

entenderlo como la resurrección del pasado sino como su transmutación. La memoria es fecunda, recrea sentimientos, emociones e ideas que otros poetas ya experimentaron y comunicaron. "En la revuelta de las realidades suprimidas vivimos una vuelta de los tiempos", escribió Octavio Paz. Pero también en Palimpsesto el lector chocará con un discurso sin paliativos, donde un exceso de lucidez conduce en ocasiones a la inanidad. En este libro se consuma lo que ha de ser ia base de la poética de A. Gracia: ese "coitar consigo mismo, autofagiarse con sabor a impotencia y frigidez". Una poética que borra todos los anhelos y plenitudes de libros anteriores y conduce a lo que Cioran llamaría la desfascinación. Por cierto encuentro similitudes entre la obra de A. Gracia y el pensamiento del filósofo rumano.

        En Los ojos de la metáfora se anula por completo el discurso; se alcanza una sobreracionalidad conceptual difícil de asimilar. Acusa los efectos de la repugnancia ante la comunicación. Asistimos a la demolición del discurso tradicional; Antonio Gracia huye del retoricismo, de la tiranía del mensaje, aunque su rebeldía tiranice al lector con los abusos del sinsentido. El descoyuntamiento sintáctico, la transgresión gramatical, la parodia lúdica, las disonancias, la creación de neologismos hasta rozar la glosolalia, fenómeno revelador del trance poético, son las constantes de estos poemas, que se

sostienen en un tejido de aliteraciones salvajes y una base formal de endecasílabos blancos. Aquí ya no intenta el poeta imponer su conciencia: se deja arrastrar deliberadamente por el poema. Cesa la batalla, hay sometimiento. Consigue no obstante, como buscaba Laforgue, una poesía que no diga nada, pero que contenga toda la esencia de la poesía, algo así como un punto de antimateria densisima, poderosa, inaprehensible e inidentificable. El punto de enlace entre los tres libros, lo que les da carácter unitario es un continuo buscar hacia adentro, un agudizado sentimiento de la vida interior. un depósito de experiencias fragmentarias del yo; parque Antonio Gracia, como suele octrnir en las áltimas manifestaciones poéticas, no evita el yoísmo, no se ampara en analogías históricas o vagas

metáforas, sino que reivindica el yo y persigue los fragmentos dispersos de su personalidad para reunirlos y alcanzar así la identidad que se le ha negado. En su Poética para una poesía sin poetas cláusula N.8 escribe: "No creo en el hombre. No creo en el poeta. Sólo existe el poema. El. poema es un hombre." Y en la N.5: "El verdadero aunténtico poema es aquel que nos persigue, aquel que se impone inevitablemerne" (...). Las palabras de A. Gracia pueden contradecirme. No es así. Reafirman mi exposición. El poeta no renuncia a la búsqueda de sí mismo, a sus ansias de independencia. Habla así en un momento de lucidez, consciente de su sometrmiento-fracaso-triunfo. Todo es una original metáfora de la encarnación del lenguaje, el poeta es un autómata, esclavo de sus designios. La poética de A. Gracia coincide, salvando algunas distancias, con la nueva visión de la ciencia biológica. Si los hombres también somos autómatas manejados por nuestro código genético, o a lo sumo somos protagonistas de una simbiosis compleja que nos fue impuesta, el poeta sirve a los deseos del poema -dios implacable dictador- y a la vez tiene conciencia de existir: "No es que yo escriba un poema: es que el poema me escribe". Si a los genes no les sirve a veces el acuerdo y deciden mutar nuestro cuerpo para mantener la selección natural,

el poema transforma y en ocasiones absorbe y devora al poeta.

        Schopenhauer veía en el arte y en la ciencia treguas en las que el hombre descansa del incesante y absurdo trabajo de vivir; pero para Antonio Grada el arte, la escritura en este caso, no significa un descanso, es una tortura más. El hombre está sometido al poema y el poema actúa cuando quiere. La libertad, la independencia del poeta no hace más que confirmar su diabólica servidumbre al poema, y ello puede significar a veces un descenso a los infiernos de la locura : "El infierno están dentro de nosotros" que supera al "infierno son los otros" de Sartre.

        Encontramos algunas convergencias entre la poesía de Rimbaud y la de Antonio Gracia. El tono blasfemo del francés, su misticismo, hizo pensar a Paul Claudel -poeta católico que se consideraba su discípulo- que el adolescente infernal era un cristiano en estado salvaje. Consideraciones parecidas han utilizado algunos críticos, comentaristas o simplemente lectores cristianos para mitigar la irreverente dureza de Antonio Gracia. Si Rimbaud dejó de escribir para siempre y evitó cualquier contacto con la literatura; si hubo de cambiar la esclavitud de la poesía por la del capital, como quien se desengancha de un vicio con otro vicio, A. Gracia encuentra en la muerte la liberación. Esta concepción fatalista en la relación del poeta con la poesía me recuerda las palabras de otro gran poeta maldito:

Carlos Oraza, quien dice que "la poesía es fatalidad, daño terrible. Y no cabe duda que cuando te dedicas a ella es terrible y mortal". Y el propio A. Gracia escribe en su poética, cláusula 52 que "el poeta es un lenguaje que se juega la vida a las palabras. Puede suicidarse o renacer. Escribir es un riesgo a vida o muerte." Antonio cree encontrar en la muerte la liberación, pero el poema es la "contramuertevidación"; el poeta nunca muere, siempre renace "en una tumba con forma de útero infinito".

        Y dedicarse ala poesía, podríamos explicar, es acudir a la señal de la zarza ardiente y atender la llamada del ángel o pelear inútilmente con él. La tarea de Danaide. El poeta es un elegido y un condenado. La llamada de la poesía es la peor de las desgracias. Quien ha acudido una vez se convierte para siempre en su esclavo ; "no encuentra razón ni excusa, no

le cabe más que aguantar a pie firme" (Hataille) o desertar y errar para siempre confundido. El poeta, ea una lucidez dramática.. consciente de estar atrapado en un juego dionislaco: círculo contradictorio de poder e impotencia. Así como la Naturaleza escribe a su modo y se sirve de las criaturas y en especial de los hombres, el poema -que la naturaleza deifica dicta a los poetas su escritura. El poema provoca una catálisis terrible. Por consiguiente es lógico que sea la deserción el único gesto de insubordinación del poeta. Ser ángel caído, solución tan inútil o frustrante como cualquier otro acto de rebeldía . Por eso A. Gracia, momentáneamente independizado del poema, escribe en la penúltima cláusula de la

mencionada poética: "He pretendido ser un dios y ni siquiera he conseguido ser un hombre. Esa tortura me ha convertido en un demonio". Y finaliza: "He pasado mi vida buscando a antonio gracia".



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