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jueves, 26 de octubre de 2023

Un aquelarre místico



¿Vivió en su realidad cotidiana Juan de Yepes las experiencias emocionales de las que da cuenta en el Cántico espiritual y Noche oscura? ¿Son autobiografismos?

Se escandalizan algunos malsintientes biempensantes ante el texto que firmamos Juana Rosa Pita y yo, el titulado En un otoño súbito (Ver AQUÍ). Al final de la "Yepesiana" epilogal escribí que todo sapiens recorre ese trayecto: el de las experiencias interior y exterior, confluyentes en una unión carnal, o nacidas de ella; o deseada e imaginada. 

Siempre he creído que la espiritualidad es una emanación de la carnalidad, y mis libros de todo tiempo así lo atestiguan, o eso me dicen. (Mi primer título, La estatura del ansia, nació como consecuencia de ese "tropezón" con un masallá). Hay quienes sienten ese peregrinaje -el naufragio o la llegada a la isla- cuando están frente el mar: que hay un dios que se alcanza o vislumbra ante el amor o la música o el verso o ... un cuerpo. Y esto último es lo que desconcierta y castiga el lector de mente tan enjuta que es capaz de  regirse no por un criterio enjuto sino por un prejuicio manchado, eclesiastil, nacido de la confusión entre la religiosidad y unas liturgias condenatorias de cuanto excede a su capacidad de tolerancia y su minusválida consideración de la libertad responsable y la potencia del cerebro humano, ente este que no tiene fronteras terrenales ni cósmicas y en el que existe una antena sintonizadora de todos los lugares y emociones. ¿Pues qué es el misticismo sino una cuadriga erótica que solo la ciencia podrá, tal vez, dimensionar? 

El poema es simplemente una carta de quien ama al ser amado, anónimo o con nombre. El "yo soy tú" ya está literalmente en A la amada lejana de Beethoven y el Tristán de Wagner, por ejemplo, porque así sintieron la fusión entre hombre y mujer, el Amada en el amado transformada de Juan de la Cruz. La fusión de dos en uno -y su elevación al paraíso- es el anhelo de todos los amantes de la Historia y la Cultura: la otra mitad de Platón, Abelardo y Eloísa, Dafnis y Cloe, el Damón de Villamediana, Romeo y Julieta, Calixto y Melibea, las amadas de Dante, Petrarca, Boccacio, Garcilaso, Herrera, Quevedo ... (y que llega hasta Oniria). Todos han buscado la transfiguración del dos en uno. Y esa transubstanciación se produce en el tacto de la materia regida por el ansia de infinito. Es una virtud del ser humano, tan espontánea y natural como el antes y después de la de "los cuerpos acoplados" (Claro: en vez de ejemplificar esa unión con el "caso María" prefieren aceptar que su concúbito se produjo vía wifi).

Y es esta íntima unión la que espanta al uniformado con creencias castradoras, quien flagela al que pronuncia la osadía. (Deberían leer a Spinoza, por ejemplo). El choque de los cuerpos no asusta a ningún dios, sino a los que idolatran las convenciones sociales. Bien está controlar la actividad sexual desordenada e irresponsable, pero ya no hay más hijos de padres desconocidos que aquellos que crean las represiones. No se puede extirpar el erotismo y, por consiguiente, hay que satisfacerlo para eliminar las toxinas que se derivan de su no satisfacción. Ningún dios puede conculcar las leyes de la Naturaleza que ha creado, y eso es lo que se consigue con la castidad "voluntaria" o impuesta. 

En algo de esto, sin premeditación, se sustenta el poema: la ascensión a otro mundo que está en este y no es, leibnizianamente, "el mejor de los mundos posibles". "Aquello que más duele de la muerte / es no poder continuar amando": por eso el delirio hay que alcanzarlo antes de que esta llegue y con los elementos que nos constituyen: los cuerpos. Este es el sema del texto, y lo que escandaliza ("las lujurias despiertan misticismos, espiritualidades escondidas...") es la coyunda de divinidad y humanidad). Tan escondido está el éxtasis carnal que el lenguaje no puede expresar su inefabilidad más que con un panegirista, impotente e irrisorio "ojivislúmbrame".

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