Cyrano escribe a Roxane
Entre cuatro paredes albicantes
paso estos días, enclaustrado y triste,
prisionero de la desolación
y abrazado al pretil de la esperanza.
Tal vez jamás un hombre vio tan cerca
la muerte metafísica a través
de su muerte corpórea.
La amenaza del tiempo fugitivo
ruge en nuestra conciencia y nos devora,
aunque también nos unge con la llama
del recuerdo feliz, de la amistad
de aquellos cuyo adiós viene a otorgarnos
fe de que fuimos dignos de este mundo.
Y durante el beleño
del instante final, junto a quien te ama,
el tránsito se olvida de su viaje
y llega a su destino nuestra vida.
Sin embargo, sitiado por la muerte,
yo vivo prisionero
en la cárcel del mundo y de mi cuerpo:
sufro
la condición mortal de la existencia:
nadie puede abrazarme, a nadie puedo
abrazar: este mundo de cadenas
me encadena a mí mismo, ata a los otros
a sí mismos y no existe el consuelo.
Condenado a morir solo conmigo,
prisionero de la devastación,
sueño sin sueños, veo
los fragmentos de identidad que fueron
tejiéndonos como únicas verdades,
los paisajes que un día fueron vida:
el bálsamo feliz de un largo abrazo,
el amor y el dolor que compartimos:
aquel árbol, aquella frágil fuente
en medio de gorjeos y de rosas,
el fragor de la noche y sus estrellas,
aquel futuro que existió un instante
en tanto lo soñábamos,
aquella luz nacida de tus ojos
mientras en el crepúsculo las sombras
resplandecían viendo
nuestro abrazo total definitivo.
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