En un otoño súbito (Vía unitiva)
I
Quiero volver por todos los caminos
allí donde jamás te detuviste
por no saber que yo estaba esperándote.
Volver y preguntarte si me habías
presentido tal vez en otro tiempo,
que es ahora mismo, en nuestro otoño súbito,
cuando la indefensión desapareceporque se abrevan nuestros corazones.
El fulgor sin fronteras que nos guía
nos sustenta también. Así el amor,
el que ilumina nuestra inteligencia,
es fuente de arte, música y poesía.
¿Cómo podríamos no amarnos
si amamos todo lo que esplende?
Para que tú sintieras cielos
en vez de infiernos,
tuve yo que adentrarme en la poesía
y, por ella, te amé;
transformé en realidad
aquel ancestral sueño.
Yo soy tú, nos dijimos cada uno
en distintos momentos y lugares:
profecía de que nos fundiríamos
en una zona ubicua de armonía.
Preciso fue sacralizar con besos
la realidad vivida del hallazgo,
abrazar la materia
de luz inescrutable que nos une.
La ternura del cosmos nos envuelve,
su seda transparente nos desliza
hacia nosotros mismos
sin dejarnos caer de su concordia.
Mi pluma no permite que se pierda
la transfiguración en que confluyen
sin dejar de sorberse el uno al otro
acoplados los cuerpos incansables.
Compartimos un sino:
corazones durmientes, despertamos
al surgir de una súbita visión
de la infancia: aquel campo de sueños
ajenos al dolor que rige el mundo.
Para que se sonría el universo
un empujón de júbilo nos basta.
II
donde los sueños claman paraísos.
Sagradas catedrales invisibles
erigen nuestro amor bajo la música.
Se ofrecen mutuamente nuestras almas
todo lo que la vida nos ofrenda.
Y no obstante,
en este firmamento esplendoroso
echo de menos tu mirada limpia.
tu carne moldeada en los jacintos,
tu voz de pleitesía en rebelión,
el grito del espasmo y jacaranda,
y la nobleza de tus erotismos.
La carne y el deseo son aldabas
para la trascendencia;
el choque de los cuerpos es la puerta
de aquel futuro que existió un instante
en tanto lo soñábamos.
También mi sexo rememora airado
tus lujurias, con las que despertabas
misticismos que yo desconocía,
espiritualidades escondidas
en los conjuros del amanecer.
Un dios hecho de espíritu y de carne
gobernaba mi aliento y tus entrañas
al hendir mi arrecife tus cavernas.
No gozarás de un dios si lo concibes
como coito postmortem.
La vida es el humano monumento.
El corazón, cuando no sueña, muere
A lo lejos el mar se abraza al cielo.
Pulsa el piano su lírica inefable.
Un cuadro paisajea el horizonte.
es no poder continuar amando.
Regresa a mi memoria la liturgia
de ese infinito errante.
Me sumerjo en tu cuerpo como en un mar sereno
La claridad, entonces, es dueña de la noche.
Te ojivislumbraré con sinestesias.
Ojivislúmbrame cuán lejos.
Yepesiana:
Y ya escritos los versos, vomitados, / se pretende entender, al corregirlos,/cuanto no se entendía sin la pluma. /Y es que cuentan la historia de un amor / en el tiempo, el espacio y la distancia, / cuya firme materia fue la carne / llamando a la otra carne porque en ellas, / en su unión, se transita hacia la puerta / de las sensualidades del espíritu, / y el erotismo místico es al fin /"el no sé qué que queda balbuciendo". / El infinito errante. / "El alma, que ambiciona un paraíso / buscándolo sin fe" pero incansable. / Todo sapiens recorre ese camino / inserto en su conciencia más oculta.
ResponderEliminar"Aquello que más duele de la muerte
es no poder continuar amando".
Que infinita tristeza; la muerte nos lo quita todo.