La verdad de cada uno es lo que cada uno cree que es verdad. Y nada pueden los otros para demostrar lo contrario: porque a la razón egótica le repugna admitir su error e inventa causas para su contumacia.
Solo dejamos de ser contumaces cuando sufrimos por ello: por eso solamente aceptamos nuestros propios consejos, los nacidos de nuestra propia experiencia; sin embargo, para entonces, cuánto daño nos hemos hecho, y cuánto tiempo hemos perdido, en esa inexcusable estupidez de un autoaprendizaje que no admite maestros.
Como si aprender de los errores no fuese el primer paso en el camino del conocimiento.
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