Agradezco -con reservas- que mis palabras hayan sido copiadas: demuestra que el copista las sintió y las hizo suyas porque también hablaban de él, de ellos.
No me importa que hayan utilizado mi poema y mi lectura, como digo. Lo importante es que podían habérmelo pedido en vez de utilizar la irresponsabilidad como coartada: y porque al integrar las imágenes han demostrado -quien o quienes lo hayan perpetrado- la falta de sensibilidad vital y lírica: porque la nueva imaginería roba al poema su carácter de amor otoñal y la melancolía por la pérdida de un mundo que ni siquiera el amor, con su penumbroso o marchito erotismo, salva.
Por las calles desiertas va mi amor.
La acompaña el cadáver de la luna.
Ella no sabe en realidad cuánto la amo.
Y yo tampoco sé cuánto me quiere.
No sabe que en su cuerpo yo no encuentro
los surcos de la edad, sino las huellas
de todos los que fui y aún quiero ser;
no sabe que la amo como antes,
o quizá más que antes, pues resucito en ella.
En mis dedos perdura el tacto de su piel,
y en mis ojos su rostro de sonrisa doliente.
Mi cuerpo se estremece al recordar
el estremecimiento de su cuerpo.
Tal vez a ella le ocurrirá lo mismo.
Sin embargo, no cree mis palabras
ni yo creo las suyas. Quizá es que ya sabemos
que, aunque nos abracemos una vez y otra vez,
volverá el desamor inesperado,
la tristeza, el vacío y la desolación
en esta noche inmensa en que el amor no cabe.
Algo pasa en el mundo que lo hace inhabitable
para los corazones encendidos
y convierte sus llamas en ceniza.
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