Beethoven: Adagio de "Claro de luna"
Todo cuanto de bueno o malo nos ocurre proviene de la distancia que queda entre lo que anhelamos y lo que conseguimos. A mayor distancia, mayor desdicha.
Por eso, pocos momentos de felicidad hay como los que conquistan dos personas que se reúnen sin esperar nada una de otra, y ninguna se inventa a la otra ni la deifica: cuanto sucede entre ellas surge con naturalidad, sin esfuerzo ni máscaras: se enriquecen mutuamente con la conversación inesperada de las bocas o los cuerpos.
Lo que ocurre después es una historia que añade a ese principio un fin. Y la única manera de retrasar ese final es convertir interminablemente cada carpe diem en otro nuevo. Pero es entonces cuando la espontaneidad empieza a mutilarse; y la premeditación, incluso de lo bueno, a convertirse en rutina.
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