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jueves, 13 de agosto de 2020

Una elegía airada (El virus de la inquisición)


El cráneo tiene, extrañamente, forma de gruta cavernícola. Tal vez es eso lo que hace que algunos hombres y mujeres continúen viviendo en las cavernas y, además, cultiven la contumacia respecto de la renovación y actualización de la sensibilidad y las ideas: de la Humanidad. 
     Digo esto por si el sufrido lector quiere ojear las entradas de los dos últimos días y decirme qué delito cometí sobre poesía escribiendo -o difundiendo, más bien-; tan grande como para que se me impida hacerlo y se me amenace con desenredarme de las redes -electrónicas-. Como ya son varias las advertencias y tachaduras con las que los guardianes de la santidad me han tijereteado en otras ocasiones, me gustaría procurar dejar de ser necio para inteligenciarme al menos hasta el cociente intelectual de tales y geniales lectorales, que no sé si de tanto estar en el cielo están verdaderamente en las nubes -aquellas que originaron el diluvio-. Si hubiera sabido que hay tanta podredumbre mental en el paraíso hubiese hecho oposiciones para una cátedra en el averno.
       Por otra parte: ¡Con lo fácil que es irse a otro lugar, a otros blogs, a leer y permitir que cada uno sea libre de confinarse en los infiernos! ¡Y con lo nefasto que resulta no darse cuenta de que lo mejor para silenciar algo es no vocearlo! ¡Y con lo honesto que sería el denunciante o marsupial firmando su denuncia, que es sin duda su marsupio!
     Dígaseme diciéndome qué contiene este poema, expuesto ayer, para que se me conmine a que lo silencie; y discúlpeseme la afonía: 


Después de atravesar muchos pueblos y mares
    he llegado hasta aquí, hermano, a tus exequias
para ofrecerte el último homenaje debido
    a los muertos y hablar, aunque resulte inútil,
con tus cenizas mudas. Una fatalidad
    se te ha llevado lejos, ¡ay pobre hermano mío!, 
y me has sido robado indecorosamente.
    Con todo, acepta ahora esta ofrenda de donde
manan aún las lágrimas del llanto de tu hermano
    y que la tradición acostumbra a ofrecer
en todo funeral. ¡Hermano, te saludo
    y de ti me despido hasta la eternidad!

Catulo. Poema 101
Traducción de Luis T. Bonmatí

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