UN LAMENTO MALVA
Día de la ira, aquel día
en que los siglos se reduzcan a ceniza
en que los siglos se reduzcan a ceniza
A ti acudo Señor, desde mi cólera.
Y a vosotros, hijos de las sombras
que señaláis al silencio.
Oigo el clamor del vuelo de una vida
que se abre sobre muertos y regresan
y ocupan la memoria.
Y también comparezco ante vosotros, vivos
juguetes de la ciudad abandonada
bajo el miedo de un final imaginado.
Sospecháis oír los bugles, ya el galopar de jinetes,
que a lomos de las plagas hieren el miedo hacia lo eterno.
Es el vértigo al vacío que se llena de alaridos.
Es un veneno que cabalga sobre malvas
y los puños se golpean en el aire. Es la vida
y no resuenan los clarines, sonido del metal de la hecatombe,
voz de la rabia.
Despierto. Miro absorto al horizonte
sintiendo esa muerte divulgada,
a la vez que me queman estos sueños
repaso de la historia, como un alud
inútil de mis tiempos.
Ya no duermo, hermanos. Confunden mis congojas
un fondo violeta.
Es terror,
la duda,
la oscuridad que la noche me proyecta.
Un loco entrar y salir desarbolado
que parte de una crónica impugnada
y el destino ausente.
Un viaje a no sé dónde, que me arrastra,
que me lanza
allá de los rincones tenebrosos.
La imprudencia de la mente elabora
más abismos que preguntas
y amordaza
nuestros pasos
y turba,
irreverente,
la libertad que nos tropieza.
Y advierto mis neuronas, ya viejas,
que se saben fatigadas.
No reflejan la paz en este orden
de años recogidos como pueden.
Es la madrugada,
confundida con la noche, un recuerdo obsesivo de las voces.
Es la amanecida,
que despierta una oración con las palabras
que empujan
y empujan,
arrojando el silencio al abandono,
al humilde inframundo de los llantos.
Y regresa la memoria: La maldita memoria.
La de un pueblo crecido en la incultura,
sometido al placer de sentir ser dioses;
ignorantes de un Dios
que confían distante de su espacio.
Las cavernas de la muerte
hablan más del hombre
que los propios hombres vivos de la tierra.
Y sueño, en estas noches casi eternas de espejismo,
que con Azrael el ángel
mil otros ángeles cabalgan.
Y casi percibo entre las nieblas
cómo en sus mantos
esconden las guadañas.
Sí, los veo, con su celada y sórdida perfidia aguardando la cosecha,
precavido alimento de los prados.
La tierra es viático, luto, soledad.
Y, si en la memoria persiste el recuerdo,
es ofrenda dolosa y lívida.
Es Caronte
el fiel marino de tan lúgubre gabela
aquel que afirma el final, en la imaginación tan temida,
sonrojante pacto,
por sentirnos dioses de un mundo alucinado en la ignorancia
que desgracia la cordura.
Es ahora,
arrojadas estas rimas,
que reclamo los versos de la pluma que os define:
Hernández,
Dámaso,
Aleixandre,
desde el desocupado espacio de la muerte.
FRANCISCO MAS-MAGRO MAGRO
2020
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