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jueves, 12 de marzo de 2020

Josemanuel Ferrández Verdú: A. Gracia y su "Autobiografía disfrazada"



Para leer el texto comentado pulsar:

https://elcuadernodigital.com/2020/01/20/una-autobiografia-disfrazada/ 

Cualquier lector atento que haya seguido las publicaciones poéticas de A. Gracia observará su tendencia a construir grandes masas verbales con temas y subtemas que actúan como leitmotiv, cosa no extraña si tenemos en cuenta su amor y alusiones constantes a los grandes músicos, sobre todo del Romanticismo. Eso ocurre con “Súbita memoria” “The Lady of Ilici”, “La urdimbre luminosa”, “Animal Quaerens”… Dicha tendencia y práctica conducen a la consideración de que, más que poemas, Gracia escribe poemas-libro, tanto por su extensión como por el encadenamiento discursivo. 
Eso ocurre igualmente en “Una autobiografía disfrazada”, que deriva en otro rasgo argumental, que es el épico. Efectivamente, este poema-libro sostiene una anécdota creciente, una narratividad más insinuada que ostentosa, que lo convierte en el esbozo de un cantar de gesta lírico. 
Veámoslo.

1) Hermético y complejo es este poema, o poema-libro, cuya evocación de escenas antiguas o míticas nos traslada hasta un mundo de una sensualidad metafísica o quimérica. Nada más empezar, el autor nos ubica en el espacio y el tiempo medievales:

"Monasterio o castillo entre las arboledas
perdidas en los montes donde anida el reptil
y el lobo se guarece del fantasma del frío
bajo la sangre hermosa de los amaneceres”…

Si, como anuncia el título, el texto expresa de una forma velada la propia vida del autor, debe ser ante todo una visión sublimada de hechos evocados por metáforas de una vida interior. He aquí un personaje de la “historia” que se nos insinúa:

"La doncella esclarece la mañana al surgir
cubierta del rocío con que el lago la abraza…”

El pulso lírico de una música poderosamente plástica nos lleva a cabalgar el ritmo de las imágenes que se van sucediendo como los compases de una sonata o una sinfonía cuya belleza está condenada a una melancolía sin límites, agolpada en un profundo caos. Poco a poco se van encendiendo diferentes focos bajo los que la mente del poeta está barajando una suerte de drama configurado por imágenes que nos dejan la ardiente historia de indefinidas y seductoras sensaciones que van trazando una acción solo sospechada por las alusiones a la muerte de una joven en el fondo de algún lugar recóndito y lleno de un simbolismo poético que traspasa toda la escena:

"El tiempo es un espejo que repite un presente
de un mundo irrepetible”.

El sentido se hunde en los estertores de una lucha que anuncia con énfasis todo el contenido erótico y mortal de la sombra que recorre los acordes por donde transcurre el río de metáforas. El ritmo cadencioso con el que las imágenes se van sucediendo conduce al lector por un poderoso río mental hacia paisajes oníricos que se suceden en una fuga cuya arquitectura embriaga el espíritu de significaciones cada vez más crípticas, hasta desembarazarlo de las raíces de la realidad y embarcarlo hacia alguna lejana y melodiosa región de acontecimientos indescifrables:

"Muchas noches de ungüentos y mísera ambrosía,
extenuados y enjutos, envueltos en un rapto,
en la capilla duermen los sexos fatigados.

Aparece así el otro protagonista de la “historia” o gesta: el amante. Y ya tenemos el tema y el argumento: el amor entre el caballero y la dama en sucesivas estampas descriptivas, narrativas, reflexivas. El poema ha obrado el milagro de transportar el alma del lector al compás de los ecos que han emergido del autor y de sus más intensas realidades interiores, transformando al mismo tiempo la estética sumergida en un afloramiento de aguas surgidas del magma más inexpresable, pero expresado:

" Una mano acaricia la piel y pulsa llantos.”

2) Valéry habló de una transformación del poeta en el acto de elaborar el poema, y en Antonio Gracia asistimos a esa fecunda transustanciación a través de la música espléndida de sus versos. El sentido racional no es en la verdadera poesía un elemento necesario, sino que la palabra adquiere el valor de un prodigioso vehículo de transformación que transporta al poeta hacia otro sí mismo en medio del milagro de un yo multiplicado que nunca termina de encontrar su verdadera identidad. Identidad que aquí es la de la muerte, que se apodera de la joven y deja al caballero amante solo y ensimismado:

"Una daga de plata y un dorado incunable
custodian a la hermosa…”
/…
No será más sublime la muerte abandonada
ni mayor soledad habitará el castillo”.
/…
Esta noche tan sólo se escucharán las notas
del corno entristecido ululando en los túneles”.

Se trata de un yo solitario que se siente vivir en la andadura estética y ética, y que si se detiene a pensar en sí mismo, muere en el acto, porque no consiste más que en ese viejo propósito de navegar hacia la luz, que es a la vez la muerte. El poeta sólo vive mientras viaja, mientras camina a través del poema hacia la tierra prometida, hacia el firmamento de su infinidad deseada y su proyección en los ilimitados alientos que vislumbra más allá de toda realidad concreta. Así se entra en el último reducto de su íntima dolencia, la más angustiosa y la que alimenta la furia de la lucha contra la muerte mediante la búsqueda desesperada de lugares más acogedores, pero no exentos de las propias contradicciones que nutren el fuego del espíritu en su huida fatal de la tristeza de estar solo consigo mismo:

"He buscado en el mundo y en los libros
el sentimiento pleno, la religión más alta,
y los hallé en el fondo de tus ojos
y en el abismo breve de tu carne…”.

Ya Ortega advirtió que el hombre, en la profundidad de su alma, nace y muere solo.

3) Para entender, es decir, para sentir la poesía de Gracia es menester conocer sus raíces más profundas. Estas se hallan hundidas en el Romanticismo y la fuente de donde bebe es el mundo del espíritu, no de la realidad física, mezquina y limitada. La aspiración a lo infinito es el motor más poderoso de la  génesis heroica de sus poemas y la transgresión inocente de todos los límites impuestos a la sensibilidad por la cultura y los intereses anecdóticos de la sociedad usurpadora de los más sinceros anhelos del alma humana. Sin embargo este desvelo hacia lo último inexpresable no lo deshumaniza sino todo lo contrario, lo hace incidir en el núcleo más vivo de la naturaleza humana, que está en el corazón inflamado ante las cortedades de la vida. Porque entra a saco en la verdad del espíritu con todas las armas con las que un Don Quijote se abalanzaría sobre el molino de su propia alma, ese que da vueltas sobre el eje inmóvil de la vida.
La concatenación de imágenes y visiones de “Una autobiografía Disfrazada” me ha trasladado a la época en que bebí de su libro “La Estatura del Ansia” como de una droga infernal y paradisíaca a la vez. Sólo que ahora el escenario es mucho más abarcador de la experiencia vital en su conjunto, vida real que ha ido añadiéndose a aquel inicio de una inocente desnudez emocional, para transformarse en un cántico fúnebre polifónico en el que se distinguen llamaradas de las historias más melancólicas y de una belleza desligada de lo cotidiano y casi invisible debido a un simbolismo radical y extraviado fuera de la conciencia natural pero anclado en los paradigmas del arte y la poesía. Dicho vínculo, sin embargo, es sólo un resorte de deslumbrante sonoridad para disparar contra la magnitud instigadora del deseo, el corazón indomable de una agonía sin posibilidad de perderse en las andaduras de un viaje siempre aplazado hacia el éxtasis, sin el que el poeta se siente perplejo en su condición mortal, oscura y hastiada.
Antonio Gracia ha hecho y hace un esfuerzo feroz contra el enigma de su propio yo embarcado en singladuras contradictorias de las que sólo cabe esperar la solución más solitaria y abismal. Pero la envergadura de ese misterioso destino no posee en su ánimo más opción que la última resonancia romántica, la ruina que el ciego destino reserva para cada hombre o mujer. Busca entonces entre las antiguas ruinas el símbolo de la suya como amante de la belleza que ostenta aquí el antiguo monasterio bajo cuyas arcadas semiderruidas aún se observa el crepúsculo inmenso como en las pinturas de los románticos; la última parte del poema trata de encontrar una sombra entre tantas sombras que contenga un ápice de esperanza:

"Las ramas del alerce rozan los ventanales
prolongando su aroma en la estancia serena.”

La belleza infinita de esos lugares refleja su sentimiento alcanzado en medio de una desolación sólo comparable a tan espléndida visión:

"Las brasas aún le ofrendan su arcaduz de belleza
y entre los cortinajes de tules ruginosos
perviven los fantasmas anhelantes:
la palabra trasiega su incensario en la noche”.

Versos en los que el poeta se detiene a contemplar la maravilla que subsiste en el mundo, pero que no es más que el reflejo de su deseo:

"Tanta belleza extingue tanta melancolía
y disipa la angustia del mundo que se acerca;
si detener pudiera la vida en ese instante
elegiría ser el acorde infinito,
un cuadro inacabable, un verso inextinguible"

Y así llega al final de una aventura cuya magnitud se encierra en los límites de la vida del hombre, que ha encendido la luz de su mirada sobre el mundo y sobre sí mismo sin haber hallado otra cosa que su propio acontecer, embriagado por las propias imágenes pero en contradicción eterna con su necesidad de una vida real y verdadera:

"Todo a su alrededor se ennoblece en la noche
y una bruma feliz envuelve sus tinieblas,
mientras el otro sol amanece y le otorga
una diafanidad interminable”.

Últimos versos estos en los que, tras la pérdida o muerte del amor y su reconstrucción en otro ser, habla del “otro sol”, el que ha llevado desde siempre en su corazón, fiel a su divisa de “construir el himno en la elegía”.

Colofón: Extendiéndome al conjunto de la poesía de Antonio Gracia, uno cree estar leyendo versos que, debido a la aparente sencillez de su expresión formal, no ofrecen sino claridad de ideas expuestas con la milagrosa sensatez de un hombre que ha atravesado el mar de la vida y vive en el inestable y ardiente océano de los recuerdos y el deseo. Poco a poco el lector va cayendo en la cuenta de que junto a esa claridad subsiste un fondo oscuro y profundamente laberíntico como en toda obra literaria que se precie.Y ello debido a que pone en juego sentimientos que hunden sus raíces en la compleja y dramática realidad humana. No en vano el autor se formó en la unamuniana facultad de letras de Salamanca. La sombra del filósofo y poeta ha dejado una huella oculta entre sus versos, que tratan de expresar a través de un pensamiento idealista aquellos sentimientos que más arraigo poseen en nuestra naturaleza temporal: la fe ciega en la vida, la nostalgia, el significado indescifrable de lo cotidiano, la madurez de una atención a una naturaleza que es escenario y vehículo de la reflexión y la poesía.
   Realizar un análisis exhaustivo de estos poemas supondría hacerlo de la obra completa de su autor. Sólo quiero enfatizar la concepción del himno como el tono último con el que el poeta ha querido elaborar estos versos para equilibrar la balanza de lo trágico que acompaña a la vida. La contraposición entre el himno y la elegía juega un papel importante en su producción más tardía, en busca de un equilibrio sentimental que permita mirar el abismo del ser sin sentir la amenaza del vértigo, o al menos tratar de evitar una inclinación perturbadora del alma hacia esos oscuros y atractivos paraísos infernales que nos reclaman desde la noche de los sentidos.
Josemanuel Ferrández Verdú






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