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lunes, 11 de febrero de 2019

Trovadorius, V

Borodin: Nocturno (versión orquestal)
J. Cantero: Supuesto daguerrotipo de Trovadorius -antes de archiconstantinopolitanizarse-.


Leer antes:

Los versos de Trovadorius (I)

Los versos de Trovadorius (III)

Los versos de Trovadorius (IV)


Una epístola encontrada en Sarracenia nos permite intuir la identidad de la Dama, sobre la cual investigan calígrafos y nómadas.
Mientras tanto, continúo ofreciendo el manuscrito, como el libro lírico y discursivo que parece ser:


XVIII.-Perpetuación
¿Quién no me dará fuerzas para alzarme
por encima de la mortalidad,
bajar a los infiernos y volver
hasta tu corazón si muero antes
de que tus besos y mis besos fundan
la vida en otra arcilla
que perpetúe nuestro amor, Amada?


XIX.- El buscador
Si volviera a nacer
y tuviese memoria de tus besos,
buscaría en los montes y en los llanos
hasta dar con la estirpe que engendró tu sonrisa
y la tierra que dio la arcilla de tu cuerpo.
Tal vez allí los pájaros
cantan como tus ojos
y las palomas son como tus manos.
Tal vez allí los vientos
suenan como el rumor de tu alegría.
¿De qué estrella caíste o de qué mar remoto
fuiste luz o sirena,
manantial que ya eres donde sacio mi sed?
Dímelo, carne amada,
o seguiré rodando por el mundo
buscándote, perdiéndome
tus besos.


XX.- Piraterías
Tú eras el tesoro y yo el pirata
que navegó los mares para hallarlo.
Cien mil doblones de oro
no igualan el fulgor de tu cabello
ni tu dorada piel,
ni el canto de tu risa.
Yo me alejé del ruido de los hombres
persiguiendo la isla venturosa
llamada soledad.
También huías tú del mundo
en busca de otro edén.
Ahora somos piratas uno de otro
en esta mutua lucha
en la que nos robamos el amor.


XXI.- El corazón tremante
Surca un cometa el cielo y lo seguimos
tendidos en la arena. Su fugaz
singladura por nuestros ojos deja
su larga cabellera
                                  de fuego
                                                     y
celemín como un verso manuscrito
por la mano de un dios.
No es su fugacidad lo que me admira,
sino su fiero resplandor: pues vive
la belleza de su consumación
como una vida y no como una muerte.
Así tu corazón late en el mío
cuando estallamos en la noche inmensa.


XXII.- El fuego inextinguible
Choca mi cuerpo con el tuyo. Vibra
el Universo. Esplende
nuestra salacidad desde los átomos
primigenios. Estalla
un cuásar incesante en tus entrañas
en el que mi materia se transforma
en la cósmica amniosis.


XXIII.- La plenitud
Como una antorcha, el sol derrama el fuego
de su luz en la tarde. Canta el trino
de un pájaro y el mar susurra en vano
sus ansias de escapar de sus orillas
y levitar como otro firmamento.
Caen sobre tus ojos los crepúsculos
y te abrazan las sombras. Te recuestas
junto a mí, bajo el cielo embellecido
por los primeros astros de la noche.
Qué paz y suavidad esta delicia
de gozar el edén sin comprenderlo.

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