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domingo, 17 de febrero de 2019

Fahrenheit 451

Herrmann: Fahrenheit 451


¿Un mundo sin libros, sin arte, sin pensamiento? ¿Un mundo sin más mundos que este mundo? Insufrible páramo sería nuestro cerebro, invivible existencia.
     Esa es la antiutopía que imaginó Bradbury al relatar la aventura de Montag, un bombero que empieza a dudar de su oficio, que es el de quemar libros para que el pensamiento no se contamine con libertades. La utopía consiste en saber si encontrará a los hombres-libro, capaces de resolver esa dictadura del poder memorizando las grandes obras escritas por el hombre. 
    Si en la orweliana 1984 existía la policía del pensamiento y se acomodaba la Historia a la conveniencia de El Gran Hermano, aquí ese nazismo anula toda cultura, que es tanto como trepanar el cerebro universal. La astucia de Bradbury consiste en hacer que sea el mismo ciudadano el que denuncia a quien posee libros porque -se predica- leer es pensar y pensar hace infelices a los hombres. 
     Antes tal vez están los "hombres que son libros", de Gracián; después El nombre de la rosa, de Umberto Eco.
     La prédica se resume en que todos debemos ser iguales: pero iguales en analfabetismo, no en cultura.
     He dicho distopía: debo añadir que cada vez parece más una realidad, puesto que los ministros de cultura han encontrado la forma de esclavizar al hombre reformando la Educación y reduciéndola a unos planes de estudio en donde el niño aprende que lo único que hay que saber es cómo ganar dinero, a cualquier precio y despreciando todo lo demás.

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