Mal vicio, como todos, es convertir la conversación en disputa; sobre todo cuando el malentendimiento surge sencillamente porque los hablantes -o uno de ellos- dicen lo primero que les pasa por la mente o interrumpen al otro porque lo que tienen que decir les parece más importante que lo que están escuchando y temen olvidar cacarearlo.
Así, llega un momento en el que se dicen: "pues será mejor que dejemos de hablar".
Pero no. Porque la solución no es callar, sino hablar bien para ser bien entendido y escuchar bien para no interpretar mal. Eso es conversar. Lo otro es ansiedad, descortesía, falta de educación... contumacia. Además de ignorancia: pues el sabio sabe que casi todo lo ignora, y el necio cree que todo lo sabe -y como tal se comporta-.
El siguiente poemilla burlesco lo muestra incluso en ese encabalgamiento forzado adredemente:
Monólogo interrupto
Estaba Dulce conversando un día
Estaba Dulce conversando un día
con Espejo, y hablaba, apasionada,
de todos y de todo... o sea: de nada:
porque nada de todo, al fin, decía.
Miraba Dulce a Espejo y le gruñía
diciendo que él hablaba demasiada-
mente, y que ella estaba interesada
en expresar también lo que sentía.
Como Espejo no se callaba sino
que más gritaba, hablaba y farfullaba
cuando Dulce le instaba a que callase,
un pedrusco envióle, con tal tino
que calló el dulce espejo que parlaba
y ya no dijo ni una sola frase.
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