Hace milenios el homo sapiens inició la convivencia para facilitarse la supervivencia. Era más fácil defenderse de la Naturaleza uniéndose en grupo que individualmente. Fue el comienzo de la solidaridad. Pero, alcanzada esta y su confort, nos hemos instalado en una solidaridad pasiva y en un egoísmo tan sutil que parece invisible o inexistente. Cuantos más derechos conseguimos más privilegios envidiamos; y para defender su posesión nos hemos atrincherado en el “vive y deja vivir”, que, a la vista de los tercermundismos, se traduce mejor como “vive y deja morir”. No podemos negar que vivimos en un mundo en el que todos somos extranjeros. Todos sabemos que es bueno amarnos “los unos a los otros”; pero, en realidad, nos defendemos los unos de los otros. La competitividad nos ha transformado en enemigos, y la solidaridad se ha convertido en complicidad.
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