Beethoven: Novena, Adagio
La nómina de literatura vitalista representa un mínimo porcentaje frente a la que muestra al hombre como un ser agónico en un mundo agonizante. Contando piadosamente, el sentimiento -y, consecuentemente, el pensamiento- está formado por un 1 por 1000 de optimismo y un 999 de pesimismo. O lo que es igual: un himno contra un millar de elegías. Cosa que carecería de importancia si no fuese porque, como digo, la escritura es el autorretrato del hombre individual y colectivo.
No podemos negar nuestro pasado: que la Historia está signada por la conciencia de la muerte y el luto ante la vida. Pero hora es de que la conciencia deje su fatalismo y la voluntad se decida a iluminar la vida hasta devolverle su original sentido jubiloso, ese que brilla en la sonrisa de un niño hasta que se adentra en nuestra sociedad.
No podemos imponernos la alegría por decreto, pero sí asomarnos a ella hasta que se quede con nosotros. Porque siempre nos convertimos en lo que anhelamos o tememos.
Rastreemos en nuestro interior las huellas del júbilo original y vivámoslo.
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