Shostakovich: Vals
Es triste constatar que pocos cumplen las normas por amor al orden, y que la mayoría lo hace por temor a las sanciones que conllevan sus incumplimientos. Que un creyente ofrezca una limosna por miedo a ir al infierno más parece infernal que celestial; que un conductor respete las reglas del tráfico solo por miedo a la penalización resulta deplorable y dice mucho y mal del ser humano; que subsista el “hecha la ley, hecha la trampa” y ya haya más trampas que leyes muestra nuestros autorretratos más feroces. Solo tememos la fuerza, y, cada vez más, nuestras ciudades se asemejan a selvas en las que rige la ley del más fuerte.
Sin embargo, sabiendo que, tristemente, el castigo justo es la única ética que entiende una mayoría, al creyente que da lo que le estorba en el bolsillo se le premia con unas vacaciones en el cielo; al conductor que incumple por primera vez -sabiendo que jamás hay que incumplir- no se le quita el coche o el carné, sino que se le regala otra oportunidad para que incumpla; no se encierra a quienes promueven espacios televisivos idiotizadores o violentos…
Y resulta que ese silencio de la Justicia, la Convivencia y la Solidaridad engendra y predica libertinaje e impunidad, y esta un caos que parece no tener retorno porque la disciplina ha desaparecido de la vida cotidiana y porque la conciencia ya confunde la tolerancia con la permisividad.
Me pregunto el porqué de esta revolución al revés. Sé que la respuesta es un fácil encadenamiento de causas y de consecuencias en un círculo vicioso (la sociedad está mal porque la familia está mal porque la educación está mal porque el hombre está mal…; o, si se quiere, al revés en el orden de los factores). Pero, observando la jungla congresista, me respondo: ¿Será que los políticos -los árbitros y ejemplos de la sociedad- ya no son seres extraordinarios sino simples y mezquinos arribistas?
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