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En torno al abstraccionismo, 5
Inicios de la música abstracta. Schoenberg: Noche transfigurada
6.- El fundamento analógico.
Puesto que el mundo es tal como lo percibimos y representamos, en el proceso o andamiaje cognitivo hay algunos estadios entre causa y efecto, fundamentadores de lo que llamamos “realidad”. La mente no se contenta si no comprende, y solo comprendemos cuando hallamos lógica la relación entre causa y efecto. El Arte nace de la analogía entre dos entes u objetos: el aludido y el alusivo o aludiente: lo escondido y el escondite. Primero es la semejanza expresa, la comparación; después llega la identificación, la metáfora, que agrupa en un solo elemento los dos analógicos; finalmente, el elemento expresado solo remite a otro solamente expresable mediante la ecuación sustitutiva, libre o libertina, lejana a la lógica, visionaria: referencia, sugerencia, identificación-visión. Las dos primeras pertenecen al campo semántico de la similitud y la denotación; la tercera al de la libérrima connotación: la visión, solo perceptible por su autor y la improbable empatía de un espectador ideal.
Si nos regimos por el criterio de la similitud, el objeto B es como el objeto A: son parecidos; y entonces la figura del cuadro es como la de la Naturaleza: el arte imita a esta, que existe a priori; es lo que ocurre, alejado de la mera reproducción, con el Rinocerhombre de Guillermo Bellod: en el paisaje verídico se inserta un personaje alegórico pero reconocible: todo existe en la realidad salvo la mirada del autor:
Si es la identificación la que rige, B y A son iguales y por lo tanto A puede sustituir a B, de modo que un cuadro es una naturaleza y esta un cuadro. Ma non troppo: Caminando hacia la abstracción, ¿a qué apunta la siguiente obra de Sempere? Parecen sucesiones de colores, paralelas e imbricadas, que pueden remitir a cualquier cosa o a ninguna. ¿El título nos orienta o nos impone una realidad creada o recreada? Paisaje de junio: Sí; bien puede ser una formulación de la primavera, la irisación del horizonte en varias capas brumosas… Pero entonces incluso puedo afirmar, acogiéndome a la coautoría de espectador, que por esa llanura castellana acaba de pasar el mismísimo Don Quijote, aunque los malandrines encantadores impidan verlo al resto de los mortales, ciegos porque no ven lo que está. Tal vez eso pintó Sempere -siempre que concedamos al artista permisividad en vez de libertad-. ¿Acaso son arte todas las aventuras artísticas?
Por último, apartándose de la referencialidad, los ojos síquicos ven otra realidad invisible que el pincel pretende hacer visible: es el objeto C, consecuencia de la creatio: hay otra realidad o naturaleza -la que existe en las sentinas de la mismidad- y es la que atisba el cuadro. Tal vez a esto alude Huidobro cuando afirma que no hay que cantar a la rosa, sino crearla en el poema. O tal vez todo se resuma diciendo que es el paso del objetivismo al subjetivismo absoluto. La autonomía del cuadro, la independencia de sus elementos, el fogonazo o impacto que provoca. En el arte abstracto el cuadro es exclusivamente un estado del alma, una extroversión de las sensaciones, no una versión del mundo exterior, ni una mirada a él. Al objeto C solo lo conocemos por el cuadro -que solamente remite a sí mismo, crea una naturaleza a posteriori y es autosuficiente-: es como un electroencefalograma: la autorreferencialidad de Kandinsky y toda la abstracción. Eso es lo que pretende Pérez Pizarro:
Similarmente sintiente es José Antonio Cía, quien explora el misticismo cósmico mediante la reflexión de la luz en los artilugios (aluminios, punzonazos, rayaduras…) con los que pretende retratar esquirlas del universo, o más bien, del firmamento: visiones helicoidales, sinusoides, perspectivas desde las que mirar, dinamismos del espectador que hacen cambiante la configuración final de sus imágenes en la concepción que, cercana a lo cinético, denominó reflexismo:
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