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miércoles, 27 de junio de 2018

En torno al abstraccionismo, 4 (La trayectoria)


¿Cuál ha sido el proceso, o la trayectoria, de ese cambio? Situémonos ante la Improvisación 35 de Kandinsky. Puede ser un cúmulo de objetos informes, la efigie de un ser desconocido, la metáfora de un ente conocido, un ángel que prefigura otra belleza, un monstruo que devora la sensibilidad, la metamofización de un alienígena, un apocalipsis o una parusía… pero es, en verdad, “un no sé qué que queda balbuciendo”, en palabras de Juan de Yepes: un misterio con forma de misterio que cada espectador resolverá con su mirada. El cielo liberado del infierno puede estar detrás de estas pinturas, igual que los bisontes o los ciervos no eran tan solo ciervos y bisontes. Como digo, puede ser una Venus o una Gorgona; y no importa lo que sea si es un fragmento del ser humano.
     La Improvisación 35 tiene más de música y lírica intemporales que de pintura renacentista: ha seguido otro canon: el de la subjetividad rayana en el éxtasis. ¿Sería sacrílego decir que es La Gioconda del arte abstracto? Como aquella, suma a sus virtudes un calificativo poco utilizado al hablar de arte: la elegancia, que es el equilibrio armonioso que hay entre lo bello y lo exquisito una vez eliminados lo feo y lo estridente. Giorgione creó un cuadro indefinido con La tempestad: pero allí sigue siendo el ojo físico el que pinta, y el del espectador el que no sabe con certeza qué contempla. En cambio, la actitud de Kandinsky recuerda la anotación de Mallarmée: “la acción de esta obra transcurre en la mente del espectador, no en el escenario”. Y es que la única realidad que existe es la que forja el cerebro: la sensación invasora convertida en pensamiento con palabras, colores o notas. Retrato de la magia: ese es su nombre.

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