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miércoles, 12 de noviembre de 2014

¡Qué gran hombre, el hombre!

Kubrick: 2001

Hace un millón de años -tal vez cien mil-, un centenar de cromañones salió de los páramos de África. Durante milenios esos antepasados se dispersaron por el mundo y se instalaron principalmente en Europa. Pasaron de comer carne cruda a someterla al fuego, y a cocerla. Algo tan simple como el cambio del metabolismo de su cuerpo propició que su mente fuera creciendo, inteligenciándose, archivando causas y consecuencias, construyendo silogismos, llegando a conclusiones, pensando: y se convirtieron en hombres semejantes a nosotros. Descubrió el hombre que una rama desgajada de un árbol le permitía llegar al fruto al que su mano no llegaba; que una piedra rodada bajo un carro lo desplazaba a más velocidad y con menor cansancio. También descubrió el arma.

Aquellos cien prehumanos se han multiplicado y suman hoy los ocho mil millones de cerebros diferentes, cada uno con un criterio propio, que deben encontrar la forma de compatibilizar sus diferencias y su unión, el individualismo egoísta y la solidaridad altruista. 

Después de ese gran viaje, sin embargo, pocas certezas hay en este mundo. Una de ellas es que somos demasiados. Y que nos resulta cada vez más difícil convivir.