Hijo mío: contigo yo tenía una razón para seguir viviendo. Orientarte en el mar de la existencia, evitarte el dolor, darte la dicha eran mi pretensión, justificaban mi vivir. Eras tú mi misión en el mundo. Tu sonrisa levantaba la luz cada mañana.
¿Acaso con mi abrazo encadené tu libertad ¿Tal vez mi amor equivocó su rumbo? ¿Es que no supo hablar mi corazón y dijo palabras que creí bien pronunciadas? No me olvides: aprende de mi error. ¿Puede el amor sembrar distancia y odio?
Ya no siento tu cuerpo, y no escucho tu voz, ni el gorgoteo de tu sangre alumbra la mía. ¿Qué separa la vida de la muerte sino que la hombredad de un ser pasa a otro ser y, por lo tanto, no muere nunca el hombre, pues sus hijos son su resurrección?
No hay soledad más grande que la pérdida. Y estás lejos, acaso para siempre.
Pero mira en el alba: aquí te espero y aguardo tu perdón. ¡También yo perdoné a mi padre, al fin!
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