Sin embargo, yo no pretendo imponer nada, sino ser consecuente con la dignidad, razonarlo todo -incluso las razones del corazón-. Y cuando alguien se queda sin argumentos, o no oye lo que quiere, suele decirme que conmigo no se puede hablar, cuando en realidad es él, o ella, quien quiere tener razón sin aportar razones. (Supongo que cuanto digo lo sufrirá más de un lector).
En este mundo en el que “lo importante es participar” y en el que se han desterrado la integridad y la autocrítica para instalar la impunidad, no quepo, ni quiero caber, porque, en mi opinión, todo lo frivoliza y hace que incluso el necio, solo por participar y encontrar aplauso en ello, se crea el más cualificado para todo: cree que lo que cree es lo que debe ser creído y asumido por todos.
No obstante, solo hay dos maneras de hacer las cosas: hacerlas simplemente porque es nuestro deber o hacerlas por amor a hacerlas bien: hacerlas bien o hacerlas mejor. Lo peor de quienes actúan de la primera forma es que instalan, como digo, la impunidad en el mundo; así que nada más queda la segunda. Lo cual -defender esta- me convierte en lo que los descalificadores califican de "perfeccionista".
No obstante, solo hay dos maneras de hacer las cosas: hacerlas simplemente porque es nuestro deber o hacerlas por amor a hacerlas bien: hacerlas bien o hacerlas mejor. Lo peor de quienes actúan de la primera forma es que instalan, como digo, la impunidad en el mundo; así que nada más queda la segunda. Lo cual -defender esta- me convierte en lo que los descalificadores califican de "perfeccionista".
Así que mejor estoy en una isla. Cuando salgo me ocurre lo que acabo de decir. Eso no me hace mejor o peor, pero sí el más autoexiliado y castigado por los ostracistas: porque la muchedumbre quiere devorar todo lo que se individualiza. Y, cuando no lo consigue con alguien, lo ejecuta.