Se acurrucó en su hombro: después de haber rozado sus labios con sus labios, tan levísimamente como el violoncelo bruñe su sonido. Tenía tanta necesidad de amor que temía amar a quien la amase por si era abandonada. La embargaba el azoramiento, y eso la hacía más hermosa.
Se escondió entre las sombras de la noche.
Él sintió que era nuevo lo que se derramaba en su votivo corazón incrédulo. Al día siguiente se encontraron:
- Yo no persigo nada, y menos hacerte daño. Siento una gran ternura por ti. Tu pequeño y fugitivo abrazo fue muy entrañable.
- ... Fue tan dolorosa mi experiencia ... Me han llamado Libélula, Princesa, Rosamunda, Mandolina ... los modernos trovadores han inventado palabras para mí, me han escrito poemas y compuesto baladas... Tal vez he hecho soñar... pero ¿dónde estaba yo, dónde estaba mi carne, mi nombre verdadero...?
- Cuando terminan la fascinación y el enamoramiento empieza el auténtico amor: desaparecen las princesas y los príncipes y quedan hombres y mujeres recorriendo el camino de la vida. Aceptar la realidad cotidiana no es sufrir una desfascinación, sino que es una toma de conciencia del mundo. Tú me das lo que puedes darme, yo te doy lo que puedo darte. Pedir más es exigirlo. Y exigir es tratar de cambiar al otro. Hay que respetar el espacio incompartible que hay en cada uno y que es el que nos define y nos hace atractivos o detestables.
- Te quiero.
- Dímelo cuando te desenamores.