La armonía bisela en la alta cumbre
un cántico a la piedra. Las columnas
sostienen en el aire el universo
acendrando el volumen, condensando
el infinito. Trepan simetrías
esculpiendo la luz dórica. Pule
la piel del cielo el arrebol del mármol
y la belleza es tránsito en el tiempo.
Frisos y estatuas, dioses y pericles
se irguieron entre andamios y poleas
para forjar el ara de los dioses.
El rectángulo se hizo partitura
del cosmos pitagórico, himno exacto
a la silueta de la perfección,
zafiro levitando en el crepúsculo,
menhir sobre la cima, dolmen ebrio.
La pólvora, el seísmo y los expolios
violaron su esplendor. Y sin embargo,
nunca las ruinas fueron tan fulgentes.
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