Querida N. P. S.:
Cuando tenía catorce o quince años había leído, en la Biblioteca de Teodomiro de Orihuela, en unos grandiosos tomos de Rivadeneyra, casi todo el teatro del Siglo de Oro: era mi debilidad y me puse a escribir obras de 3.000 versos porque yo quería ser Lope de Vega -nunca conseguí acabar una "en horas veinticuatro"-.
Después, al asistir a algunas representaciones, se me vino el mundo al escenario: nada podía hacerme creer que aquellos personajes eran personas y no títeres; nadie podía alzar la obra tal y como yo la había visto y oído en mi mente mientras la leía. También es verdad que los actores españoles tienen la mala costumbre de ser muy malos y espantar los oídos y los ojos de quienes esperan oír y ver un texto y unos rostros sin afectación.
Por eso no voy al teatro: para no decepcionarme con la gesticulación, el engolamiento y las malversaciones; lo peor que puede ocurrirle a unos actores es que se note que están interpretando. Incluso cuando alguien dice “qué bien lo hace” está sintiendo que todo es tramoya y falsificación.
No me extraña que en Almagro te haya ocurrido algo semejante. Pero lo peor no es eso; lo peor es que el mundo es también otro escenario del que ha desaparecido la autenticidad.
Besubios.
Besubios.