Observa la belleza del cuerpo, su clamor
de himno a la existencia, la frágil armonía
que exige eternidad y, sin embargo, muere
cada instante que vive su plenitud. Esboza
la inmensidad ubicua del firmamento errante
como una catacumba de zafiros y magias.
Sus estrellas son células de un universo alzado
con sangre, hueso, carne y un crepitar de sueños
fundidos en la estancia de la vida y la muerte,
allí donde el crisol de la nada es el todo.
Laberintos y túneles forman su infinitud
de anhelos y fracasos en abrazo constante
de emoción y razón, besos y rosas muertas.
Cascabeles de luz bullen en las entrañas
y abren brocales ebrios hacia la inmensidad.
Y no obstante, las gárgolas
bridan su manantial a los avernos
como amazonas tristes de un destino final.
En ese trance ignoto de la aventura estética
no hay abismo exterior, sino abisal herrumbre
cercenada a los oros
de la inmortalidad insatisfecha.
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Madre Coraje
Rodin: El beso
Castillo de Santa Bárbara
Van Gogh: Noche estrellada
La rosa inmarchitable
Velázquez, Goya: La belleza del cuerpo
Miguel Bañuls: El ave enmascaradaMadre Coraje
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