Mahler: Perdido para el mundo
Desde niño, como un coágulo terrible en el cerebro, se le había insertado la creencia de que nadie lo podría querer jamás. Aun a sus diecisiete o dieciocho años, solía cruzarse por el puente con una jovenzuela feúcha y desgarbada y, "con suerte, tal vez, algún día ella contemple con afecto a un monstruo como yo".
Oculto en las entrañas de su espíritu sufriente, se incrustaron en su personalidad todos los parásitos de la vida angustiada y agonista.
Y sin embargo, aquellas miradas que él interpretaba despreciativas no lo eran. Ya en la Universidad descubrió que cuanto más se escondía detrás de sus palabras más perseguidas eran estas y, por lo tanto, él. Desde entonces, salió de su hundimiento y su inconsciente rebelde y laberíntico se retaba a ver si esta o aquella, la que ya tenía novio, la que iba a ser monja, la que estaba casada.
Se acostumbró a tener dos, tres, cuatro, simultáneamente... como si no pudiese amar a nadie o se le hubiese muerto algún amor y las mujeres fuesen tan solo sombras con las que no recordar el luto de aquella ausencia.
Tal vez el instinto de supervivencia le construyó una coraza para que ningún dolor lo atormentase, sin caer en la cuenta de que tampoco así sentiría cualquier placer que le rozara. Insensibilizado a fuerza de ser hiperestésico, su vida era una isla a la que siempre regresaba tras las escaramuzas en las que proveerse de víveres robados a otras vidas.
Tal vez el instinto de supervivencia le construyó una coraza para que ningún dolor lo atormentase, sin caer en la cuenta de que tampoco así sentiría cualquier placer que le rozara. Insensibilizado a fuerza de ser hiperestésico, su vida era una isla a la que siempre regresaba tras las escaramuzas en las que proveerse de víveres robados a otras vidas.
Un día descubrió que en realidad lo que temía era amar y que su amada lo dejase tan solo como cuando creía que nadie, jamás, podría amarlo: temía volver a ser el niño aquel que fue.
Se le ocurrió que encontraría una mujer a la que le sucediese lo mismo con los hombres y que su mutuo encuentro era la solución. No comprendió que esta no era sino otra forma de huir de la verdad: que estar solo no es carecer de compañía, sino saberse único en la sintonía de la existencia.