La construcción del poema (X)
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LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA
¿Qué puede hacer quien contempla la vida y se sabe muriente? En lucha contra su
fatalismo convierte en agonía su existencia, y no consigue ver más luz que la
de la muerte, definitiva sombra que mata su dolor. He aquí un ejemplo tomado de
mi propia biografía:
1.- Con
la misma certeza que digo “yo nací”, puedo afirmar, sabiéndome igual a todos
los seres humanos: "moriré". Y entre ese pasado y este futuro queda
un hoy al que llamamos yo, al que desconozco y del que solo sé que
siente y piensa contra la muerte.
2.- Ese
vacío es lo que pretende llenar la conciencia, aun temiendo que nunca logrará
su propósito de identificación.
3.- Por lo
tanto, todo mi conocimiento de la temporalidad se reduce a decir: nací cuando
necesité pensar para paliar la muerte, y seré hasta que esta venza a mi
pensamiento en desigual batalla.
4.- De donde
brota la primera realidad palpable. “Sé que sufro; por eso sé que existo”;
ese fue mi cogito ergo sum.
5.- Terrible
silogismo, pero exacto. Y más terrible porque la razón del animal racional que
había en mí no hallaba un argumento para mitigar aquel dolor: supe que no
existía un principio inamovible, o yo no lo encontraba: lo que me despertó un
Escepticismo Agónico. Y escribí:
LABERINTO
ESTELAR
Mira una
noche clara la inmensidad azul
del firmamento, observa la transparente urdimbre
de los astros, el mágico estallido
de luz. Sobre tus ojos la galaxia de Andrómeda
agita sus estrellas
como infinitos átomos gigantes.
A un millón de años luz de ese bosque solemne
vives tú, enamorado de tu gran corazón,
un astro diminuto que late y te recita
palabras armoniosas que siempre te convencen
de que tú eres el rey del Universo.
Y sin embargo yaces en un rincón oscuro
limítrofe de nada, tan lejano
de cualquier referencia y claridad
que si Dios nos buscase no nos encontraría.
del firmamento, observa la transparente urdimbre
de los astros, el mágico estallido
de luz. Sobre tus ojos la galaxia de Andrómeda
agita sus estrellas
como infinitos átomos gigantes.
A un millón de años luz de ese bosque solemne
vives tú, enamorado de tu gran corazón,
un astro diminuto que late y te recita
palabras armoniosas que siempre te convencen
de que tú eres el rey del Universo.
Y sin embargo yaces en un rincón oscuro
limítrofe de nada, tan lejano
de cualquier referencia y claridad
que si Dios nos buscase no nos encontraría.
Ante esa
catástrofe síquica pocos seres sintientes y pensantes se convertirían en héroes
de la esperanza. Yo no he hallado en mí, jamás, arcilla para forjar esa
heroicidad. Sospecho que, por ejemplo, tampoco tanto suicida habitante de la
Historia, aunque muchos de ellos crearan obras luminosas como estrellas.
No sé bien
cómo; pero, finalmente, sentí, deduje y escribí:
(Sobre el suicidio)
Antes de decidirte a abandonar
esta vida que odias o te duele,
cerciórate de que hay otra existencia
―o una nada― más digna a la que ir;
no sea que el lugar en el que surjas
aún te horrorice más que este que habitas.
Ante todo lo cual, se me permitirá que deduzca lo siguiente:
Cuando sentimos
que el mundo es un lugar oscuro y solitario, y la vida una desesperanza con la
que cargamos como un fardo que no sabemos dónde descargar, ¿quién no necesita
unas palabras en las que apoyarse y de las que sorber algún consuelo,
comprensión, reposo?
El hombre ha caminado
tanto por la senda de la humanidad, ha conocido tantas alegrías y tristezas,
que le ha puesto voz a casi todos los sentimientos y conclusiones de sus
silogismos.
Es terrible ser
consciente de que nuestro cuerpo va descomponiéndose mientras respiramos,
mientras nos sentimos más vivos: que nuestras células se pudren como la madera
de un navío en cada singladura.
En los momentos de
tiniebla no estorbará tomar la mano amiga -por sintonía emocional- que tira de
nosotros hacia afuera de la ciénaga y que un día escribió:
LO FATAL
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
Rubén Darío
Perdidos en la selva
selvaggia, lanzados a la búsqueda de una cumbre sobre la que elevarnos
para que no nos asfixie el lodazal, miramos a nuestro alrededor y preguntamos
sin esperar respuesta:
"¡Ah de la vida..!" ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido,
las Horas mi locura las esconde.
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido,
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido.
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
la salud y la edad se hayan huido.
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Quevedo
Es
verdad que el estremecimiento emocional de la lectura de ambos poemas no eleva
el corazón a la esperanza: pero la asunción del dolor y la pérdida como algo
inherente a la condición mortal, y el saber que otro ser humano la sufrió y
supo decirlo, nos infunde -por una extraña empatía o íntima solidaridad- cierta
voluntad de superación y reisilencia. De tal modo que cuando leemos el
siguiente poema va disminuyendo el seísmo de la carne sacudida por el miedo: y
nos invaden calma y lasitud: y aun a pesar de nuestra derrota carnal, podemos
consolarnos -y apesadumbrarnos- con la contemplación del mundo que fue nuestro
y sigue siendo de otros alteregos nuestros:
EL VIAJE DEFINITIVO
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado
mi espíritu errará, nostáljico.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado
mi espíritu errará, nostáljico.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
JRJ
Aun así, nada nos impide
constatar el hecho inexorable de la muerte, su acoso paulatino, su astucia
pertinaz, su acechanza invisible y no por eso menos abrazada a nuestra carne:
ESPERA SIEMPRE
La muerte espera siempre, entre
los años,
Y, como luna, entramos en la
noche
La carne se deshace en la
tristeza
J. L. Hidalgo
¿De qué manera consolar
el corazón que se sabe inconsolable? Ni Rubén, ni Quevedo,
ni Juan Ramón, ni Hidalgo...: nadie puede enterrar la muerte en un poema para librarse de ella.
Y sin
embargo, esos hombres heridos por la muerte supieron hallar el modo entre sus
tormentas de refrenar su angustia cuando hablaban en verso, tal vez para sanar
de su dolor: y como un bisturí, la pluma iba hilvanando un consuelo al domeñar
las bridas de los desbocamientos de la mortalidad. La pulsión compulsiva
elige el ritmo, el léxico, la fonética... para liberarse de la carga doliente y
pasional ("Cargado voy de mí doquiera que ando...") del olvidado Boscán. Unas veces el poema fluye
como un torrente dominado, otras igual que una tristeza madejada.
Un poema
de Gil de Biedma (confieso que lo culpo, junto a otros, del posterior
pollinismo del lenguaje poético) afronta con senequismo el tránsito del
vivir:
NO VOLVERÉ
A SER JOVEN
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
En mi última infancia
adolescente mi indefensión optó por refugiarse en la soledad y en el silencio.
Allí, sin dioses y sin hombres, desde un infierno que vislumbraba edenes, bajo
una escalera de vecinos, fui descubriendo libros; y música y pintura. Sembré
semilla y frutos en la pluma, sin determinación y como única trinchera, para
poder decirme un día que no hay más destino que la voluntad; de allí manaron,
tras muchos años y palabras frágiles, algunos textos consolatorios en los que
la muerte sueña con defenderse de sí misma resucitándose en sonrisas:
ONIRIA.COM
La
soledad devasta. En ella, la tristeza
anida su dolor. Y la alegría
se convierte en fatal melancolía
que vuelve podredumbre la belleza.
anida su dolor. Y la alegría
se convierte en fatal melancolía
que vuelve podredumbre la belleza.
El mundo se oscurece. Y cada día empieza
como una noche oculta.
Yo era joven.
como una noche oculta.
Yo era joven.
Un día
ella murió; murieron mis anhelos; moría
la voluntad ―el sueño, la firmeza.
ella murió; murieron mis anhelos; moría
la voluntad ―el sueño, la firmeza.
Fueron tiempos de furia y de desolación.
Cada instante era en mí como una despedida;
y cada amanecer, un sol amortajado.
Cada instante era en mí como una despedida;
y cada amanecer, un sol amortajado.
He vuelto a sembrar luz sobre mi corazón.
Las semillas arraigan. Reflorece la vida.
La primavera invade mi corazón helado.
Las semillas arraigan. Reflorece la vida.
La primavera invade mi corazón helado.
Semejante esperanza de
superación hay en este poema de Antonio Moreno: en él, el trato
conversacional y manriqueño con la muerte hace que esta se suavice y nos
permita reconocernos hijos del tiempo innumerable:
TIEMPO
ATRÁS
Mi muerte, tiempo atrás,
solía visitarme.
Al principio acudía sin respetar las horas.
Jamás consideraba ni el lugar ni el momento.
Con brusca sacudida, lo mismo que al soldado
al que privan de sueño para ir al combate,
venía algunas noches mostrándome su abismo.
Yo, mi vida, mis cosas, yo desaparecía
vertiginosamente, borraban mi existencia.
Y así es como quedaba hasta el amanecer,
igual que ese soldado que escucha los silbidos
de las balas y marcha temblando a las tinieblas.
Tratándola aprendí a escucharla con calma.
Vi que su soledad era igual que la mía,
que nada más buscaba un poco de amistad.
Comencé, pues, a hablarle sin temor, a tratarla
con el mismo cuidado con que se guía a un ciego;
le describía todo aquello que estimaba,
los juegos de los niños, el brillo de las tejas,
la variedad del mundo reunido en los mercados,
los horizontes anchos y nuevos de noviembre,
la danza de la luz invernal en las olas,
y también las mil formas en que se halla el silencio.
Cuánta dicha: sin darme cuenta, perdía así
Al principio acudía sin respetar las horas.
Jamás consideraba ni el lugar ni el momento.
Con brusca sacudida, lo mismo que al soldado
al que privan de sueño para ir al combate,
venía algunas noches mostrándome su abismo.
Yo, mi vida, mis cosas, yo desaparecía
vertiginosamente, borraban mi existencia.
Y así es como quedaba hasta el amanecer,
igual que ese soldado que escucha los silbidos
de las balas y marcha temblando a las tinieblas.
Tratándola aprendí a escucharla con calma.
Vi que su soledad era igual que la mía,
que nada más buscaba un poco de amistad.
Comencé, pues, a hablarle sin temor, a tratarla
con el mismo cuidado con que se guía a un ciego;
le describía todo aquello que estimaba,
los juegos de los niños, el brillo de las tejas,
la variedad del mundo reunido en los mercados,
los horizontes anchos y nuevos de noviembre,
la danza de la luz invernal en las olas,
y también las mil formas en que se halla el silencio.
Cuánta dicha: sin darme cuenta, perdía así
de vista a aquel soldado
que avanza por la noche.
Aquel yo, aquel soldado y hasta mi propia muerte
-que ya no me visita- han desaparecido.
Toco mi eternidad en la vida que pasa.
Aquel yo, aquel soldado y hasta mi propia muerte
-que ya no me visita- han desaparecido.
Toco mi eternidad en la vida que pasa.
Ese es el consuelo que nos da
la pluma: cómo el arte mitiga la existencia: antes de mí, después de mí, todos
murieron de la misma muerte, y todos morirán del mismo modo: abrazándose
irremediablemente al principio de supervivencia. Constatando que la fiel
Naturaleza se contradice a sí misma. Aceptando "que la muerte es el
fin que hay en todo principio". Diciendo: qué sinrazón, morir. Pero envainada
su tragedia: no sin haber amado mucho la vida que nos lleva hacia la muerte.
(Y no obstante: ¿Existe algo que acongoje más el corazón, y sea aún más fúnebre, que la muerte? Creo que sí, aunque la respuesta sea de Pero Grullo:
Brueghel: El triunfo de
la muerte