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jueves, 7 de febrero de 2013

El abrazo a la muerte.


Schubert, Robinson / Murnau: Margarita en la rueca

Oniria contempla las estrellas como si fueran países a los que llegar y en los que vivir sin padecer el rigor de la existencia. Ha visto en los ojos de Adán un rechazo cada vez más creciente: ya no la mira con deseo apenas refrenable, o con ternura suavísima; ya no susurra, como antes susurraba, palabras elocuentes que la hacían soñar. Una vez más parece que va a quedarse sola, sin besos, sin abrazos, abandonada y fría como un mueble inservible.

Oniria recuerda ahora, cada día con más frecuencia, cómo se sintió -y tal vez no lo fuera- repudiada por su padre cuando murió su madre, alejada de todas sus caricias, como si la vida de la hija constatase la muerte de la esposa. 

Oniria pasea sola porque cuando habla con sus amigos reunidos en tertulia no sabe, no comprende, no quiere comprender tanta frivolidad, tanta falsa alegría, tanta inútil mentira, tanta máscara hueca en tanto rostro hueco.

Oniria es triste porque el mundo es hermoso y nadie se lo entrega ni ella lucha por él, por conseguir su pedazo de cielo.

Se acerca a la marisma; pero nunca se atreve. Ahora entra en la bañera, siente su agua caliente, bebe la copa de champán muy frío, se relaja y contempla las estrellas debajo de sus párpados, y más allá un país infinito y sereno. 

Oniria espera: tal vez la piadosa armonía que rige el Universo la adormezca y despierte bajo el agua, surgida en un vivir menos brumoso.