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miércoles, 20 de febrero de 2013

El abrazo sin plétora.

El desnudo (XVIII-XIX)

Elena tiene unos cabellos con los que el viento juega en su abrazo invisible, y que muchos quisieran agitar hasta arrastrar hacia sí sus ojos de pantera seductora para verse en su fondo: y luego devorarla.

Elena sorbe las miradas de cuantos la miran, igual que si una pócima hechizase el paladar de la lujuria, como un trozo de carne bien flambeada cuyo licor embriaga a quien la prueba y al que desea probarla.

No le importa saberse deseada; al contrario: su inteligencia le permite saber que el tirón de la carne y la pulsión erótica son tan naturales y exigentes como la conclusión de un perfecto silogismo.

Lo que le importa a Elena, y la hace desgraciada, es reconocer que las leyes sociales la han encorsetado en un mundo de reglas represoras de su naturaleza, y que sus fantasías sexuales deben quedar en eso: en fantasías sin sexo compartido. La orgía y bacanal de los sentidos, la plétora del éxtasis orgásmico, son solamente platos sibaritas a hurtadillas, en el silencio de su mente y de su habitación. 

No puede saltar como una fiera a la garganta de los hombres que la ansían y ella anhela, acosarlos sin tregua, lengüetearlos y servirse un festín todos los días. Elena sueña, exactamente, con un chorro de esperma como un niágara loco fluyéndole en el rostro.

Así es como Elena padece la moral que le enseñaron y ve su juventud y su belleza pasar sin que los hombres le revienten los pechos a mordiscos y le sorban la yugular del sexo hasta hacerla gritar en la más cruel tortura de dos cuerpos aunándose.

Contempla a su marido, ensimismado en la fotografía que le hizo hace años, desnuda junto a un lago, con pájaros y sueños que nunca se cumplieron porque el fuego es ceniza si el pedernal no es duro y persiste en su empresa de quemarse en infiernos.

Elena va a cumplir cuarenta y cinco y, una vez más, se convence a sí misma de que mañana sí, de que su muerte no estará contenta si cuando llegue a ella no sabe hablarle ardientemente de la vida.