Brahms: Requiem
¡Qué revelación última la del maximísimo y abdicante Papa! ¡Qué gran ejemplo para eliminar las últimas dictaduras, basadas todas en la infalibilidad del dictador!
Primero fue Copérnico: la Tierra no era el centro del universo; por lo tanto, tampoco el hombre vivía en el centro del cosmos; y, por lo mismo, tampoco Dios era el eje universal que vertebraba cualquier infinitud y eternidad, sino uno más entre multinfinitos prestidigitadorzuelos.
Después fue Darwin: si el hombre es hijo del mono, el Gran Padre Dios también es El Gran Simio.
Luego fue Freud: el hombre no era plenamente dueño de su mente, sino que su voluntad está determinada por el Gran Inconsciente, el árbitro arbitrario del vivir.
Ahora es el Papa: al decidirse a abandonar su cargo, del que solo la muerte puede -podía- liberarlo, está proclamando a plena Iglesia que es posible desobedecer a la divinal Divinidad porque no existe el imposible error celeste. Es decir: no existe la infalibilidad del Gran Dios o el Gran Simio. Es el definitivo mentís a la milenaria dictadura: el chantaje del supuesto Bien o Mal en los confines de Ultratumba; y parte en dos la Historia: hasta hoy hemos vivido la prehistoria del Hombre (la dictadura teocrática); desde hoy solo queda que el ser humano sepa convertirse en un Gran Hombre: para sí mismo y para los demás.