Refugiarse en amores fugaces -amoríos, aventuras- para sobrevivir es una forma de salvarse del tedio en el que se hunde el corazón, pero también de autoengañarse con victorias fáciles para la autoestima. Al fin, un día encuentras un amor nacido de ese exilio del profundo Eros, del desierto de la automoribundia y de la pertinaz o contumaz creencia en la salvación por Amor. Así es el devenir del Hombre. Y eso es lo que pretende compendiar el siguiente texto. La existencia de una amada redentora y panaceica. Una utopía, como todas, distópica; pero que aquí se canta.
Escrito para Oniria
Me cobijaba yo bajo un magnolio.
La lluvia era un sepulcro derretido
obstinado en sangrarme su tragedia.
Crepitaba como un fuego, y yo ardía
cuando las gotas del dolor del mundo
arrasaban mi piel. Pasaba el tiempo
y mi dolor era creciente. Un día
tras otro la vorágine asediaba
mi existencia, volcánica y errante.
Lascas y aullidos me zaherían, sombras
transformaban la luz en precipicios.
Como digo:
Me cobijaba yo bajo un magnolio
más inmenso que el mar y las montañas.
Y de repente fuiste el sortilegio.
Como una magia azul llegaste a mí
surgida de las nieblas de mi vida:
una metamorfosis esplendió
al filo de la noche; y las estrellas
me socavaron, habitaron mi alma,
me ungió la claridad.
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