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viernes, 16 de febrero de 2024

Pablo Neruda.

 


Shostakovich / Berstein: Sinfonía Leningrado

Pablo Neruda no solo es uno de los más grandes poetas del siglo XX, sino un hombre inmerso en las circunstancias de su tiempo. Luchó por los oprimidos, constató la desolación de residir en esta ciudad llamada Tierra, combatió el franquismo, llevó a España en el corazón, elevó a las cimas de la lírica -superada su etapa existencialista- su amor por la existencia y el mundo tal como es, abandonó los dictámenes del comunismo en su poesía cuando consideró que este no lograría para los hombres la tierra prometida, sufrió persecuciones y exilios, abominó de sus libros pesimistas, cantó las excelencias de la vida celebrando lo elemental de la naturaleza, enamoró con más de 20 poemas y más de cien sonetos a jóvenes y mayores, llevó la libertad en las entrañas, murió junto a ella y junto a Allende hace cinco décadas. 

En nuestro siglo conviven sociedades de muchos siglos: junto al elitismo privilegiado de quienes viajan al progreso en naves espaciales y superbienestares, yacen los tercermundismos prehistóricos y sus países convertidos en inmensos cementerios. Pablo Neruda fue un viajero inmóvil en su solidaridad constante, errabundo en sus destinos como cónsul, embajador, pacifista. En donde estuvo, hilvanó para todos, con su palabra salmodiosa y necesaria, himnos y cantos, llantos y elegías. Y porque conoció el dolor y lo vivió, y porque encontró la alegría y la abrazó, y porque abandonó la desesperación y escogió la esperanza, escribió sobre los asuntos de la materia y el espíritu como pocos autores han sabido hacerlo. Su palabra no fue la de un poeta que piensa en los poetas, sino la de un ser comprometido con el hombre de sangre y hueso y la mujer de carne y alma, sus debilidades y sus sueños, sus pasiones y sus sufrimientos.
 
Si a veces se excedió literariamente en sus convicciones ideológicas, enmendó sus prosaísmos y panfletos con su defensa de los avasallados. Ahí está, por ejemplo, frente a algún poema excesivo, su labor, en 1939, como cónsul para la liberación de los republicanos: miles de españoles se refugiaron en Chile. Poco antes, muchos de esos republicanos habían impreso en las trincheras su libro España en el corazón. Por España pasó, pocas semanas antes de morir, y sabiéndose ya muerto, quizá para despedirse de la patria que amó, en la que residió y por la que luchó. Su liderazgo entre los poetas de su tiempo español lo constata, entre otros, Miguel Hernández, a quien ayudó, defendió y difundió, muy al contrario de lo que hizo, con su actitud aristocrática y despreciativa, el señoritismo de García Lorca.

La lección de Pablo Neruda, como la de César Vallejo, por ejemplo, fue la de que el artista no puede aislarse en ese país llamado arte, desertando de la realidad física, porque, si no, no se cumple enteramente como hombre. Cuando en 1971 recibió el Premio Nobel había dejado para la cultura algunas de las obras más memorables de la poesía: Residencia en la tierraCanto General, 20 poemas de amor y una canción desesperada... sin que su compromiso humano, la impureza de la vida cotidiana, lastrase la inmensa calidad de su arte verbal. Por eso Neruda es leído cada vez más tanto por el pueblo sencillo como por los eruditos. Porque Neruda contiene mucha verdad fecunda en su palabra. Y de verdades vive el hombre, no de versos impunes.


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