Marcello: Adagio para oboe y órgano
Era el momento de la celebración. Sin embargo, un rostro le traía su juventud perdida entre batallas contra sí mismo. Otro rostro le recordaba los muertos paraísos de su infancia...
Al salir de la infancia, su corazón se había convertido en una isla de arena y sed que ningún océano podía saciar. Prefirió, sin voluntad, los libros a los hombres, los amoríos al amor. En su vida no había más interlocutor que el soliloquio.
Al salir de la infancia, su corazón se había convertido en una isla de arena y sed que ningún océano podía saciar. Prefirió, sin voluntad, los libros a los hombres, los amoríos al amor. En su vida no había más interlocutor que el soliloquio.
No obstante, y a pesar de que jamás cedió ante la muchedumbre, en su pequeño mundo había conseguido todo lo que el mundo puede conceder: un aplauso mortal.
¿Pues qué esperaba entonces, qué había esperado siempre?
En medio de aquel tráfago, por encima de su íntimo silencio, vio brillar una sombra que abrazaba su vida como un río glacial.
Y sintió lo que tantas otras veces sintiera, más hondamente ahora: soy el hombre más solo de la tierra.