Schubert: La muerte y la doncella.
"Soy como un libro que nadie sabe leer", decía.
Poco después se arrojó sobre la piedra de los claustros de Anaya.
Probablemente hubiera seguido escribiendo el libro de su muriente vida si alguien se hubiese esforzado en aprender a leerla y la hubiera abrazado como se abraza un incunable.
"Quiéreme como jamás nadie ha querido", susurra todavía el eco de su voz.
"Quiéreme como jamás nadie ha querido", susurra todavía el eco de su voz.