Hijo mío: contigo yo tenía
una razón para seguir viviendo.
Orientarte en el mar de la existencia,
evitarte el dolor, darte la dicha
eran mi pretensión, justificaban
mi vivir. Tu sonrisa sostenía
la luz cada mañana.
Ya no escucho tu voz, ni el gorgoteo
de tu sangre en la mía.
¿Qué separa la vida de la muerte
sino que la hombredad de un ser
pasa a otro ser y nunca muere el hombre,
pues sus hijos son su resurrección?
No hay soledad más grande que la pérdida.
Pero mira en el alba: aquí te espero
como un mar que conoce
que todo manantial acaba en él.
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