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miércoles, 12 de septiembre de 2018

"En este mundo traidor..."


Rimski: Sherezade


Premisas:
1ª: Un personaje público, representante de los ciudadanos en el Gobierno, es acusado de esto o aquello. Afirma que es inocente. 
2ª: Poco después, dimite de su cargo.

Conclusión:
O el tal personaje es inocente y, además, idiota por confesarse culpable no siéndolo, o es verdaderamente culpable y embustero por haber mentido en su primera declaración.

Divagaciones: 
"Algo huele a podrido en Dinamarca", dice Shakespeare en Hamlet
     Apliquemos esa afirmación al mundo. Entonces es el mundo el que padece la enfermedad de la corrupción.
     Vivimos en la peor de las democracias: la que ha dictado la muchedumbre, no el individuo; el populacho, no el pueblo. Este, apoyado en unas leyes legítimas pero no siempre éticas, da y quita el poder con su voto en las urnas a no sabe quién para que lo represente no sabe cómo. Hecho esto, ocurre lo que jamás se sabe precisamente por el exceso de pésima información. A quienes acusan sin demostraciones y a cuantos se apresuran a declararse inocentes pretendiendo engañar es a quienes hay que llamar delincuentes, sean ciudadanos o políticos. Cuando se establece la impunidad de los libertinajes -tanto en las prebendas como en los castigos- es cuando reina la tiranía desconocedora de la verdadera libertad. 
     Que la libertad no es solo la de opinión, sino la de la información veraz y completa, no a trocitos para que cada fragmento sea una nueva noticia con la que ocupar espacios y conseguir récores de audiencia. Y aquí es donde interviene un factor definitivo tanto para lo bueno como para lo malo: algunos medios informativos audiovisuales. 
     Nadie ha elegido democráticamente a la radio o la televisión; y sin embargo, son ellas quienes mandan y gobiernan. Hacen bien muchos de esos medios: pero debieran hacerlo de una vez, cuando todos los elementos de la noticia están reunidos y comprobados. Así no confundirían a la ciudadanía de buena fe, que es lo que parecen pretender algunos para que el estado de bienestar sea un estado de malestar perpetuamente confuso.



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