Por los motivos que fueran, desde muy niño suplió con los libros el amor que todo niño necesita y él no recibía. Entrar en la pequeña y penumbrosa biblioteca era igual a ser recibido con abrazos por los seres más sensibles que habían existido. Había, además, algunos cuadros, y sonaba una emisora de música serena. En medio de su infierno, aquel era un edén. Y terminó amando el arte más que la existencia que lo hacía posible.
Cuántos millones de tristezas había cumplido en aquella estancia silenciosa, cuántas palabras leídas, y escritas. Cuánto tiempo tratando de convertirse a sí mismo en su mejor amigo.
Llegó un momento en el que consideró que, igual que aquellos libros eran su consuelo, él podía tratar de consolar con su pluma a otros como él que se adentrasen en la melancolía.
Así que cuanto escribía era su desahogo, y tal vez pudiera servir para el ajeno. De este modo, su existencia tenía una finalidad y él era necesario porque era solidario en lo más proverbial del ser humano: el sufrimiento, que es lo que más une a los hombres. "Por eso -pensó- Beethoven se esforzó durante tantos años con la construcción de la alegría solidaria en su hermosa partitura".
Llegó un momento en el que consideró que, igual que aquellos libros eran su consuelo, él podía tratar de consolar con su pluma a otros como él que se adentrasen en la melancolía.
Así que cuanto escribía era su desahogo, y tal vez pudiera servir para el ajeno. De este modo, su existencia tenía una finalidad y él era necesario porque era solidario en lo más proverbial del ser humano: el sufrimiento, que es lo que más une a los hombres. "Por eso -pensó- Beethoven se esforzó durante tantos años con la construcción de la alegría solidaria en su hermosa partitura".