Tristán e Isolda
Se dijeron adiós antes de conocerse. Sin embargo, en sus cartas había tanta nobleza, inteligencia y sensibilidad. Había todo aquello que hace falta para que dos seres se digan mutuamente "eres lo que preciso para entender el mundo y soportar la vida, para alegrar mis días, para encontrar la dicha".
Al fin y al cabo, de pronto todos somos conscientes de estar viviendo un sueño convertido en pesadilla porque la edad acaba por ser un corcel abrupto y desbocado por los desfiladeros de la muerte. ¿Y quién no agradecerá encontrar un remanso de paz, un lago de agua clara en el que pazca otro corcel de semejante trote?
Sin embargo, a diferencia de los animales, la naturaleza humana posee el instinto de culpabilidad: y en cuanto reconoce la más leve causa de error busca otra persona con la que exonerarse al acusarla. Prefiere decirse que "el infierno es el otro" en lugar de asumir que "el infierno está dentro de nosotros". En vez de apagar el propio fuego prefiere quemar el corazón ajeno.
Así, A y C, que iban a ser la solidaridad más comprensiva, en lugar de sentir y pensar que cuanto se decían y dijeran era para ayudar al otro y propiciar su entendimiento, sintieron y pensaron que existía agresión en algunas palabras confusas o inexactas. Y el verbo no llegó a hacerse carne.