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miércoles, 16 de diciembre de 2020

La ignorancia como metodología



Mansel: Requiem por un sueño
Prueba definitiva del descuido de la Educación por parte de los políticos de la enseñanza es esta: a los 13 ó 14 años yo leía, por ejemplo y casi diariamente, durante el verano, dos o tres obras de teatro del Siglo de Oro. Y no solo porque me gustasen o yo fuese autista de la Literatura: lo que demuestra esa inclinación, que no era solamente mía, no es que entonces fuéramos más inteligentes, sino que en nuestro alrededor, además de hambre de pan y libertad, había sed de cultura: simplemente porque esta flotaba como una parte de la vida cotidiana, porque los profesores respiraban conocimientos y porque saber era una de las mejores posesiones que se podían adquirir. A esa edad sabíamos la escala de Mohs, logaritmos, los hechos fundamentales de la Historia, las ideas determinantes de la Filosofía, los hitos del Arte...

Algunos teníamos como punto de reunión la Biblioteca de Teodomiro, desde donde partíamos al final de la tarde hacia otras diversiones más lúdicas, pero no tan apasionantes.

Hoy, en cambio, el adolescente, incluso muchos licenciados puestos al timón de las aulas -y no es hipérbole- no saben quién es Tirso de Molina, ni les suena la Canción del pirata, desconocen a Miguel Ángel, no han oído ni a Bach, y deben de creer que los entremeses cervantinos son unas entradillas de algún extraño menú.

No es lo peor esta desaparición de los conocimientos literarios, artísticos, históricos, filosóficos..., verdaderos elementos troncales para la formación de la personalidad responsable: lo perverso es que no se han sustituido por otros conocimientos, sino por un vacío educativo y seudocientífico que engendra mentes atrofiadas, puesto que, como todo músculo, el cerebro necesita su gimnasia síquica. Se ve que a madame Celaá celavé la zabiduría por todas partes puesto que considera que el mejor plan de estudios es la creación de un libro cuyas páginas excomulguen la capacidad de pensar y enseñen a reconocer exclusivamente metáforas del dinero, aunque sus bachilleres y graduados aprendan simplemente a pelear para ganarlo y a pasar por este mundo sin conocer quiénes se sacrificaron para mejorarlo ni cómo evitar destruirlo. No es la Economía la que está en crisis, sino el Pensamiento, que ha sido reducido a que se considere que el dinero es el único valor íntimo y social.

Habrá quienes sientan que esto no es más que la última etapa de la degradación de la cultura. Yo me limitaré a decir que, si es cierto que la ignorancia da la felicidad, madame Celaá es uno de los tribunos más felices del imperio.


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